El 15 de enero de 2006 Michelle Bachelet se convirtió en la primera presidenta de Chile, la sexta mujer en ocupar el cargo de gobierno más alto de un país latinoamericano y la número 61 del mundo en encabezar la dirección de un Estado. Cifras aparte, la llegada de la socialista a La Moneda no hace más que confirmar un fenómeno que se inició en 1961 -cuando Sirimavo Bandaranaike alcanzó la jefatura de Sri Lanka- pero que aún hoy sorprende: la irrupción de las mujeres en cargos de poder, particularmente de corte político.
DIEZ PAÍSES GOBERNADOS POR MUJERES
Basta un simple repaso a la decena de países cuyo gobierno encabeza hoy una mujer para percatarse, además, que el «fenómeno» femenino se da en los cinco continentes, en Estados de 165.000 habitantes como de 144 millones, en estructuras parlamentarias o fuertemente presidencialistas, en democracias jóvenes como en repúblicas de honda tradición democrática, en gobiernos de centro izquierda como de derecha e, incluso, por primera, segunda o tercera vez consecutivas.
Junto con Chile, las urnas han entregado en el último tiempo el poder a una mujer en Irlanda, Nueva Zelanda, Finlandia, Filipinas, Mozambique, Liberia, Jamaica, Alemania e India.
Recientemente se vivieron, con mayor o menor intensidad, las derrotas de Ségolène Royal en Francia y Rigoberta Menchú en Guatemala.
El futuro, por su parte, promete mantener el tema en lo alto: Cristina Fernández, primera dama y senadora de Argentina, tiene clarísimas posibilidades para suceder a su marido; Hillary Rodham Clinton es indiscutiblemente una opción con arrastre que podría llegar a la Casa Blanca el próximo año, y Yulia Tymoshenko, en Ucrania, se ha convertido en referencia obligada a la hora de hablar de un nuevo gobierno.
La investigación académica no está ajena a estos sucesos que, por cierto, también se perciben con claridad en el mundo del liderazgo empresarial. Las ciencias sociales se han encargado de estudiarlo a fondo desde diversos puntos de vista, aunque en el fondo todos presuponen una misma interrogante: ¿Qué papel juega el hecho de ser mujer a la hora de postular a un cargo de poder?
Guardando algunos matices de corte ideológico, las investigaciones académicas que se refieren a la figura de la mujer en política han logrado identificar un estereotipo denominado «de género» que cae sobre las espaldas de cualquier candidata y registran tanto los medios como los electores e incluso la misma postulante.
MUJER CANDIDATA: «EL FACTOR FERRARO»
Al identificar el estereotipo de mujer política que elaboraron los investigadores podemos señalar 1984 como el año en que las escaramuzas políticas de las mujeres hicieron correr ríos de tinta académica. Ese año, Geraldine Ferraro se presentó como candidata a la vicepresidencia norteamericana, cargo más alto al que hasta el día de hoy se ha postulado una mujer en Estados Unidos. Aunque finalmente George Bush fue vicepresidente al ser electo Ronald Reagan como presidente, la manera en que la demócrata de 49 años condujo su campaña, el modo en que los medios preguntaban si tendría «la capacidad intelectual y la fuerza» necesarias para dicho cargo y las constantes referencias públicas a su familia, su peinado y hasta la talla de sus vestidos llamaron la atención de decenas de académicos que comenzaron a investigar el llamado «factor Ferraro».
Desde el punto de vista de los electores, de los medios de comunicación y de la disposición de la misma candidata, los estudios concluyeron que es menos probable que una mujer gane una carrera por un puesto de representación a que lo haga un hombre. Esto porque, aunque hay consenso en que no es un factor determinante de una victoria o una derrota, «el género del candidato puede influir significativamente en el comportamiento electoral».
Además, los candidatos masculinos reciben más cobertura por parte de los medios de comunicación que sus competidoras mujeres, y a menudo la prensa considera a la candidata menos competitiva que los candidatos varones.
Lo anterior hace que la misma candidata sienta sobre ella este estereotipo por parte de electores y medios de comunicación, por lo que conscientemente desarrolla ciertas estrategias de campaña atendiendo especialmente a este punto, diferenciándose de los candidatos hombres y, en opinión de los investigadores, profundizando aún más su diferencia.
Por un lado, se observa que electores, medios y candidatos ven a las mujeres que se postulan a cargos de representación con cierta ventaja en algunos temas frente a los hombres, tal como observan, a la inversa, otras áreas donde estos tienen mayor habilidad.
Los políticos hombres son vistos con mayor manejo en temas de política exterior y diplomacia, defensa y asuntos bélicos, economía y grandes negocios, trabajo, superación de la pobreza, agricultura y seguridad ciudadana.
Paralelamente, se percibe a las mujeres mejor calificadas para tratar temas de educación, salud, programas sociales, tercera edad, asistencia a los pobres, probidad, arte, derechos civiles y de minorías, aborto, familia, medio ambiente y control de drogas.
Un dato al respecto que no debería pasarse por alto, es que en 2005, 858 carteras ministeriales en los gobiernos de todo el planeta fueron ocupadas por una mujer. De ellas, sólo 8% fueron de Economía, Finanzas o Comercio, 2,9% de Cancillería o Relaciones Exteriores y sólo 1,4% de Defensa. 66% del total de carteras encabezadas por mujeres hacían referencia a temas académicamente atribuidos a ellas, encabezando la lista los ministerios de Familia, Asuntos Sociales, Mujer, Educación, Medio Ambiente y Cultura.
Junto a esta competencia temática, la mujer es percibida con determinados rasgos propios de su género que pueden beneficiarla o perjudicarla en sus pretensiones políticas.
Los medios, los electores y las propias políticas se perciben sensibles, apacibles, compasivas, honestas, afectivas, abiertas, expresivas y corteses, frente a la dureza, extrema racionalidad, agresividad y ambición de sus contrapartes masculinos. Sin embargo, también son vistas más dependientes que ellos, con un liderazgo más débil, con altas cuotas de emotividad, poco informadas y poco concluyentes, ante el dominio, la independencia, el alto liderazgo e información con que se ve a los hombres.
Esto constituye aquel estereotipo académico de la candidata construido a la luz de las conclusiones académicas arrojadas desde los 70.
SABER CAPITALIZAR LOS ESTEREOTIPOS
Si se revisan cuidadosamente las conclusiones de la literatura académica más reciente y se trasladan a casos concretos en diversos países, podemos registrar que lo que quizás, hasta hace una década era visto como un serie de trabas, hoy puede considerarse una llave de las mujeres para acceder a los cargos más altos, siempre y cuando se utilicen dentro de una estrategia debidamente diseñada.
En primer término, la rigidez con que se veía antaño la mencionada competencia temática de políticos y políticas no es tan absoluta si consideramos que cada tópico puede ser tratado en el discurso público desde diversos puntos de vista, destacando, de paso, alguno de los rasgos propios. Así, por ejemplo, un tema de eminente competencia masculina como el desempleo podrá aprovecharlo una mujer si logra enmarcar el tema desde una perspectiva de desear acabar con las dificultades de los desempleados y sus familias, fomentando la sensibilidad y la compasión con la que es vista.
De esta manera, los temas que se discuten en el debate electoral o político se transforman, de una u otra forma, en una significativa oportunidad para que las candidatas capitalicen positivamente el estereotipo que cae sobre sus espaldas.
En el pasado proceso electoral chileno se dio un claro ejemplo: el candidato de la derecha Joaquín Lavín siempre fue visto por los electores como un hombre muy capaz en el tema de seguridad ciudadana y él lo sabía. De hecho, puso el tema en la agenda pública al proponer construir una prisión en una isla al sur del país para enviar a los agresores sexuales y delincuentes más peligrosos. Además, introdujo los conceptos de «mano dura» apuntando a que las puertas de las cárceles dejarían de ser «giratorias» y también que «la tercera es la vencida», en el sentido de que los criminales reincidentes no contarían con ventajas carcelarias ni libertades condicionales.
La entonces candidata Michelle Bachelet aceptó el desafío y en uno de sus spots televisivos contestó desde dos flancos: Uno firme –digamos masculino– al señalar que a los criminales «no les tengo miedo» y al decir firme ante la cámara: «Señores delincuentes, entérense: en mi gobierno la primera es la vencida, no existirá la segunda ni la tercera». Inmediatamente después, suavizó el discurso con un toque de feminidad: «Pero mano dura no es suficiente. También hace falta mano justa e inteligente contra las causas que llevan al delito, porque de lo contrario no vamos a resolver el problema. Hay que dar más oportunidades de estudiar y trabajar…» y continuó su discurso con imágenes y palabras cálidas y ciertamente más positivas.
Esto además, hace perfecto juego con lo que las más recientes publicaciones norteamericanas denominan «mujer indomable» –aunque propiamente se utiliza el término bitch (perra), tiempo atrás un improperio, hoy un epíteto ventajoso–, aquella que, sin desatender sus labores como esposa y madre, rompe con la imagen tradicional de mujer al mostrarse públicamente fuera de lugar, graciosa, excesiva en lo corporal o en lo verbal y siempre asociada a lo marginal y tabú.
Ejemplos de lo anterior se encuentran hoy con facilidad: la ex primera dama de Estados Unidos, Hillary Clinton, perdonó públicamente a su marido por los escándalos sexuales en los que se vio involucrado, dando la imagen de abnegada, fiel y misericordiosa esposa, mas al poco tiempo comenzó a usar su apellido de soltera, Rodham; además, ahora como senadora promueve posturas radicales sobre asuntos de ética. Por otro lado, la presidenta de Liberia Ellen Johnson-Sirleaf, se definió en la revista Time como «sensible a las necesidades humanas, cosa que posiblemente venga de ser madre e interactuar con otras madres, muchas de las cuales llevan la mayor carga en tiempos de guerra y paz» e inmediatamente agregó que, además, «puedo ser a veces un poco áspera y supongo que de ahí viene mi sobrenombre de Iron Lady». Michelle Bachelet no dudó en exhibir en su franja electoral televisiva imágenes suyas cocinando o llevando a su hija menor al colegio seguidas de tomas de su época como Ministra de Defensa, en las que figura con traje de combate sobre un tanque, revistando a las tropas o en la zona austral de Chile caminando por la espesa nieve junto al Comandante en Jefe del Ejército.
SE ABREN NUEVOS INTERROGANTES
Podemos concluir unas cuantas cosas: en primer término, que el estereotipo de género, visto durante décadas como un obstáculo, hoy se puede utilizar para obtener ventajas sustanciales, aunque no absolutas. Por ello es altamente posible que los cargos políticos y empresariales tengan cada vez más presencia femenina; esto evidencia que el estereotipo debería dejar de verse como algo negativo, menos patológico, para rescatar una visión más realista que haga justicia de un proceso cognoscitivo necesario, aunque finito.
Aunque este texto ha intentado dar respuesta indirecta a algunas aristas respecto al asunto de los estereotipos de género, es evidente que quedan abiertas muchas: el valor de la actual tendencia de escoger gabinetes ministeriales y empresariales paritarios, compatibilidad entre el rol maternal y el político, realidad de las mujeres en instancias laborales menores o abusos éticos que se pueden dar de la utilización electoral de un estereotipo, son algunas de ellas.
Sin embargo, y para concluir, cualquiera de dichas aristas abiertas debe investigarse bajo una idea correcta y despejada ideológicamente del concepto de estereotipo de género. Sólo así se podrá llevar a cabo una investigación justa de un fenómeno tan interesante como real.
Versión actualizada por el autor del artículo «Mujeres al poder: la reivindicación de los estereotipos» publicado en la revista Nuevas Tendencias del Instituto Empresa y Humanismo de la Universidad de Navarra, No. 62, abril de 2006.
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