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El viaje más arriesgado

CÓMO VIAJA CLAUDIO MAGRIS

El prefacio es una especie de maleta, un neceser que forma parte del viaje; al partir, cuando se meten dentro las pocas cosas previsiblemente indispensables olvidando siempre algo esencial; durante el camino, cuando se va recogiendo lo que se quiere llevar a casa; al regresar, cuando se abre el equipaje y no se encuentran las cosas que nos habían parecido más importantes y aparecen en cambio objetos que no se recuerda haber metido dentro. Lo mismo sucede con la escritura, algo que mientras se viajaba y se vivía parecía fundamental, se ha desvanecido, en el papel ya no está, en tanto que toma cuerpo imperiosamente y se impone como esencial algo que en la vida –en el viaje de la vida– apenas habíamos notado (p. 9).
Claudio Magris (Trieste, 1939) es autor desde su juventud de numerosas obras literarias y ensayísticas, crónicas de viaje y novelas peculiares en géneros de corte mixto que no distinguen la ficción de lo ensayístico. Su obra se inspira en el mito de las fronteras y busca explicar los más urgentes problemas sobre la identidad contemporánea.1 Es catedrático de Literatura germánica en la Universidad de Trieste y ha ganado varios galardones, como el Príncipe de Asturias de las Letras en 2004.
Es columnista en el periódico Corriere della Sera, el de mayor tiraje en Italia junto con La Repubblica, en el que se publicaron las 39 crónicas de viaje que conjunta su más reciente libro El infinito viajar. Además de las reseñas viajeras, un exquisito prefacio que vale por sí solo y que imbuye a las crónicas de ideas sobre la vida y la muerte, el eterno retorno y el último viaje.
Desde tiempos ancestrales algunos afirmaron que lo único constante en nuestra realidad es el cambio. Cuando pisamos «otro» territorio cada paso parece nuevo y desconocido, y sin embargo, existe «algo» que nos obliga a seguir en el mismo promontorio de tierra que nos vio nacer y nos acompañará toda la vida.

VIAJAR ES DIFERIR LA MUERTE

Para Magris todo viaje es un preámbulo, como la vida lo es del viaje final. Juega con ideas filosóficas profundas que laten en el corazón de toda teoría antropológica. Hablar de la vida es hablar de la muerte. ¿A dónde vamos? Nadie lo sabe. Pero sí sabemos que nos vamos y que no regresaremos jamás. Lo que permanece es la muerte: «el cambio» por antonomasia.
Sólo con la muerte, recuerda Kart Rahner, gran teólogo del camino, cesa el status viagiatoris del hombre, su condición existencial de viajero. Viajar, pues, tiene que ver con la muerte, como bien sabían Boudelaire o Gadda, pero también es diferir de la muerte, aplazar lo máximo posible la llegada, el encuentro con lo esencial, tal como el prefacio difiere la verdadera lectura, el momento del balance definitivo y del juicio. Viajar no para llegar sino para viajar, para llegar lo más tarde posible, para no llegar posiblemente nunca (p.10).
Magris enfrenta las dos formas de entender el viaje en Occidente: por un lado, el que parte de un sitio para regresar al mismo, como el viaje de Ulises, algo meramente transitorio. Por el otro, la idea nietzscheana en la que la meta final no es y no puede ser otra que la muerte como paso definitivo hacia la nada: (…) y así, se vive no por vivir, sino para haber vivido ya, para estar más cerca de la muerte, para morir (p.11).
Al pasar por los conceptos de vida y muerte la idea del tiempo nos baña con sus interrogantes. No es una pregunta sobre el tiempo sino sobre pensar que viajar nos mantiene sumergidos en el presente y que transitar, por tanto, se convierte también en una suspensión del tiempo; dejamos que la vida nos sorprenda, todo se convierte en «paradas fugaces» y nos atrevemos a romper las fronteras para convertirnos –a partir de ese momento y para siempre– en ciudadanos del mundo. De esta manera la tierra es nuestra casa. Pero el escenario siempre latente de «estar de paso» nos obliga a admitir que el viajero es siempre un extranjero, un huésped. La maravilla de conocer nuevos lares es que nos ahogan en nuestro interior y comenzamos, sin duda, el viaje más arriesgado de todos.
En el viaje, desconocidos entre gente desconocida, aprendemos en sentido fuerte a no ser Nadie, comprendemos concretamente que no somos Nadie. Y precisamente, en un lugar querido que se ha trocado casi físicamente en una parte o una prolongación de la propia persona, esto permite decir, haciendo eco a Don Quijote: aquí yo sé quién soy (p.15).

FRONTERAS Y PREJUICIOS

Utopía y desencanto. Muchas cosas se vienen abajo cuando se viaja; certidumbres, valores, sentimientos, expectativas que se van perdiendo por el camino ?el camino es un maestro duro, pero también bueno. Otras cosas, otros valores y sentimientos se hallan, se encuentran, se recogen en él. Al igual que viajar, escribir significa desmontar, reajustar, volver a combinar; se viaja en la realidad como en un teatro, desplazando los bastidores, abriendo nuevos paisajes, perdiéndose en callejones y deteniéndose delante de falsas puertas dibujadas en la pared (p. 17).
Viajar extiende nuestro ser, pone nuestras verdades más absolutas en la cuerda floja, nos hace dudar, cambiar y ser más tolerantes a lo distinto; y justo porque es desigual existen las fronteras, ellas nos salvan de la homogeneidad. Traspasarlas derrota nuestros prejuicios. Quitárnoslos nos mantiene en la vía del conocimiento. Y estar al tanto de la «otredad» abre las puertas a nuevas culturas, otros idiomas y a integrarnos con el mundo, en último término, vía de la sabiduría.
Pero también, una misma realidad se vuelve a la vez misteriosa y familiar: Cada viaje implica una experiencia similar: alguien o algo que parecía estar cerca y ser bien conocido se revela extranjero e indescifrable, o bien un individuo, un paisaje, una cultura que considerábamos diferentes y ajenos se muestran afines y emparentados con nosotros. (p.17).
Las cosas no son tan diferentes como las pensamos, y las fronteras siguen siendo líneas imaginarias que impusimos y que –como todo– tenderán a cambiar: «¿Dónde está la frontera?», pregunta Saramago en el confín entre España y Portugal a los peces que, en el mismo río, según se deslicen por una orilla u otra nadan ora en el Duero, ora en el Duoro.
Magris pone de manifiesto que conforme pasan los años las personas se percatan de la fragilidad del mundo y hasta de su desencanto, y tras un proceso de fatalismo llegan de nuevo las ideas con plenitud pero especialmente con madurez. Lo mismo pasa en el viaje, la misma ciudad no es igual hoy que 50 años atrás, pero el más cambiante es el viajero que descubre nuevas realidades a cada paso y en diferentes momentos de su vida. Viajar siempre labrará nuestro interior, permitirá pausarnos y mirar el horizonte sin el compromiso de cumplir con algo «importante». El viajero es un anarquista conservador que descubre el caos del mundo porque para conmensurarlo usa un metro que devela su fragilidad, su provisionalidad, su ambigüedad y su miseria. Como bien sabía Kafka, sin el sentido profundo de la ley no puede descubrirse su vertiginosa ausencia en la vida (p. 20).

LAS CRÓNICAS «MAGRIANAS»

Las 39 crónicas reunidas en este texto, heterogéneas y sin relación unas con otras, fueron escritas entre 1981 y 2004. Al compilarlas se les dio un acomodo puramente geográfico. Predominan destinos europeos, Londres, Alemania, y muchos países de Centro Europa.
Empiezan en España y terminan en Tasmania. Relatan también curiosidades de Vietnam, China o Irán; paisajes urbanos, ideas que provienen de descubrir «lo nunca visto»; dibujos sobre personajes como Don Quijote cuando andamos por La Mancha, escritores y anécdotas personales. Acontecimientos históricos conocidos o no tanto. Todos deleitan con la manera peculiar de Magris de compartir sus múltiples viajes con los lectores.
Por medio de la literatura el autor rescata el «turistear». Devela cómo sus viajes han sido momentos claves en su vida: Ciertos motivos, episodios y figuras, en ocasiones incluso la primera intuición o la idea central y generadora de un libro –El Danubio, Otro mar, Microcosmos, Il Conde–, nacieron de un atisbo registrado en estas páginas (p.30).
Y es que el libro apuesta, con la gran pluma de Magris y haciendo gala de su cultura, por el mejor viaje que podemos realizar en la vida, centrado en la lucha por el conocimiento que se amplía con la búsqueda de la verdad.

MÁS ALLÁ DEL VIAJERO ERRANTE

Magris también pone sobre la mesa un tema que, aunque no es el final del libro, me atrae para concluir este comentario: la aventura más significativa está en el aquí y en el ahora:
El viaje es también un benévolo aburrimiento, una protectora insignificancia. La aventura más arriesgada, difícil y seductora se lidia en casa; es allí donde nos jugamos la vida, la capacidad o la incapacidad de amar y construir, de tener y dar felicidad, de crecer con valentía o agazaparse en el miedo; es allí donde corremos lo mayores riesgos. La casa no es un idilio, es el espacio de la existencia concreta y por tanto expuesta al conflicto, al malentendido, al error, al avasallamiento, a la hosquedad y al naufragio. (…) Recorrer el mundo también significa descansar de la intensidad doméstica (p.21).
Si cada hombre es reflejo de la humanidad entera, entonces lo es de toda la historia, y la vida de cada ser humano se asemeja al viaje de la humanidad, a los mitos y leyendas plasmados en letras que perdurarán siglos y siglos. Cada retorno a casa es el regreso de Ulises; cada espera, el recuerdo de la antigua Penélope; cada aventura emprendida, la encarnación del Ingenioso Hidalgo, y cada crimen, la cara de la humanidad retratada por Dostoievsky en Crimen y castigo; porque el viaje es como la vida y la vida es un «infinito viajar».

Tonos. No. IX (revista electrónica de estudios filológicos) www.um.es

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No. 386 
Junio – Julio 2023

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