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Chile y sus empresarios en pie

Terminé de escribir este artículo el 18 de febrero. Mi idea inicial era explicar por qué cambió el gobierno de centro-izquierda a centro-derecha. Nueve días después Chile sufrió la destrucción del séptimo peor terremoto de la historia de la humanidad, la peor catástrofe jamás vivida en el país. Aunque el valor de la vida no se puede cuantificar con estadísticas, los muertos y las pérdidas son muy inferiores a lo que se hubiera esperado, si Chile no hubiera estado preparado. La gran pregunta que muchos se hacen es si éste es el fin del llamado «milagro» económico chileno.
Por las imágenes de saqueos (que obligó la intervención del Ejército) y los a veces análisis al vapor de decenas de «opinólogos» locales, en un inicio podría decirse que esta tragedia marcará un retroceso económico y social (más de algún analista consideró que el terremoto mostró la grieta por donde está fracturada la sociedad de mi país). Sin embargo, me atrevo a decir rotundamente que no.
La tesis original de mi artículo fue que en Chile había operado un cambio social profundo. La sociedad se volvió mucho más liberal. Si ya lo era en lo económico, esto mismo se profundizó en lo axiológico y en lo moral. Esta transformación se puede apreciar en diversos aspectos de la vida nacional, como una ley de divorcio y una verdadera revolución sexual de los jóvenes, que incluso motivó un vergonzante artículo en The New York Times. De alguna forma, los chilenos eligieron a Sebastián Piñera como Presidente, porque muchos compatriotas anhelan ser el empresario exitoso que él ha sido o al menos tener su misma suerte.
La reflexión surgió luego de un viaje a Santiago por cuatro semanas entre diciembre y enero, precisamente entre la primera vuelta electoral y el balotaje. Mi conclusión luego de este periplo fue muy positiva: Chile estaba para todo, pero tenía algunas áreas de oportunidad. Tras lo ocurrido, sigo sosteniendo que Chile es un país de empresarios, pero sobre todo, ahora tiene que serlo más que nunca. En esto estriba la razón de por qué mi país no sucumbirá a esta crisis.
Mi optimismo no sólo se basa en que más allá de los logros económicos y materiales, en los últimos 30 años Chile ha mostrado un progreso social avalado por las mejores cifras de  disminución de la pobreza en América Latina y probablemente en el mundo.
Lo que me hace ver un horizonte luminoso es algo importante que he aprendido en México y en el IPADE: ser empresario no es toparse con la riqueza familiar y administrarla, que, por cierto, hay que hacerlo con sabiduría. Ser empresario es tener la fortaleza, la convicción, la vocación y al carácter de acometer con toda el alma y el espíritu el logro de un objetivo bueno en la vida, sin importar qué tipo de obstáculos se puedan presentar. Por eso, los más grandes empresarios son aquellos capaces de levantarse una y otra vez, aunque les «boten» las empresas todas las veces que sean necesarias, sea cual fuere la circunstancia. El IPADE está lleno de historias que llegan al estómago y dan ganas de ser empresario, como una manera de ser mejor persona.
Y Chile, más allá del cambio sociológico que lo llevó a elegir a un empresario como Presidente, es por naturaleza un país de empresarios: cada 50 años viene un terremoto que «tira» nuestra casa y nos obliga a volver a empezar. Somos hijos del rigor y las inclemencias. Volver a hacer todo de nuevo es una gran oportunidad para re pensar las cosas y hacerlas mejor. Soy un convencido que éste es un gran momento para cambiar, para crecer, para que las nuevas generaciones muestren reciedumbre y se curtan edificando el nuevo país. Será el momento de una nueva generación de ciudadanos más comprometidos y conscientes, dispuestos a mayores sacrificios.
Mi sobrino está como voluntario, junto a miles de jóvenes, ocupado, más que preocupado, por ayudar a sus compatriotas. Un amigo que regresó a Chile a montar un emprendimiento, después de 5 años en México, aunque llegó a las 4 de la madrugada, luego de buscar a su esposa e hijos, aislados en el sur, a 100 kilómetros del epicentro del megaterremoto de 8.8 grados, se puso a trabajar a esa hora, porque «no hay tiempo que perder». Los policías, los bomberos (como los de Nueva York el 11-S), los médicos, los soldados, en fin, la gente que sufrió una pérdida, tiene fuerza y esperanza, que mañana será mejor gracias al esfuerzo y sacrificio de todos. Esto es lo que me parece que hace grandes a los pueblos, al igual que a los empresarios y a los hombres: su capacidad para levantarse.
Sin lugar a dudas, todavía podemos llegar al desarrollo en 2020, como nos lo propusimos.
El nuevo gobierno de Sebastián Piñera tendrá un importante papel. Sin embargo, en este reciente viaje a mi país identifiqué tres áreas de oportunidad en las que es necesario mejorar como «empresarios» que pueden ayudar mucho para este proceso de mejora económica y finalmente y más importante social.
EMPUJE EMPRESARIAL
Aunque emprender es el sueño de muchos, en Chile pocos se interesan en hacerlo. Más bien lo que se percibe es cierta comodidad y desidia en buena parte de las nuevas generaciones, que esperamos que esta crisis logre remover. Pocas personas reconocen en el país condiciones excepcionales para emprender: seguridad jurídica, estado de derecho, corrupción mínima, reglas del juego claras y talento profesional por doquier.
Tengo pocos ex compañeros de secundaria que se hayan lanzado con algún proyecto propio: 3 de algo más de 40, de los que he escuchado algo. Uno tiene una empresa de outsourcing muy exitosa y otro creó una marca de cerveza que posiciona a punta de mucho esfuerzo personal. ¿Por qué si en Chile están dadas todas las condiciones para emprender no se ven emprendedores como se los ve en todas partes de México, por ejemplo?
Creo que, si hay una revolución que Piñera podría lograr en Chile, es insuflar con su ejemplo ya no en la empresa, sino en el gobierno, un espíritu emprendedor que llegue a toda la sociedad y haga que cada persona se sienta responsable de su vida y su futuro. Es la única forma en que nuestro país llegará al desarrollo con una adecuada distribución de la riqueza.
VISIÓN CULTURAL INTERNACIONAL
Hace ya más de un año, la siguiente noticia me causó horror: un grupo de poco más de dos decenas de jóvenes renunció a la empresa extranjera que los acababa de contratar, porque parte del proceso de incorporación incluía un tiempo de trabajo e inducción en la matriz de la compañía en España.
No a todo el mundo tiene que gustarle vivir y trabajar en otro país –es mi caso–. Sin embargo, la invitación a aquellos jóvenes no era para quedarse a vivir para «siempre», sino sólo a pasar unos meses. ¿Qué mejor que un baño de cultura europea para unos jóvenes en sus 20 años?
Nos guste o no, Chile sigue siendo un país periférico, geográfica y culturalmente. La gran mayoría del país es «provincia». Es verdad que la capital ha cambiado mucho y cada vez es más común encontrar gente de otros países y otras lenguas, pero no llega mucho más allá. Cómo se notó esto en el reciente terremoto. Muchas veces se dice que Chile es Santiago, pero no es en absoluto verdad. Tampoco se trata de que todas las urbes sean iguales. Si Chile quiere ser un país desarrollado, la riqueza, oportunidades y cultura necesariamente tienen que llegar a las provincias, a todo el territorio.
Creo que una visión internacional es fundamental para un país pequeño y lejano como Chile y absolutamente necesario si se desea hacer sustentable una visión empresarial que nos lleve al desarrollo en 2020. Por definición, tenemos que buscar otros mercados, entender otras culturas, ser ciudadanos del mundo, como los suizos u otros que logran embonarse con la economía global. Chile va en esa dirección con una serie de industrias como la alimentaria y forestal, pero esta actitud debe predominar en los empresarios medianos y pequeños, sobre todo ahora que se pueden crear nichos globales a través de internet.
Y no se trata solamente de firmar acuerdos de libre comercio y que nuestras ciudades estén bien diseñadas, sean limpias, seguras o digitales, que está muy bien. Aunque hay buenos indicios de mejora, todavía nos falta mucho en diseño, arte, movida y oferta cultural. Crear una cultura de servicios y buena atención a todo nivel, que por cierto es clave para nuestra inexplotada industria turística.
Muchas veces da pena la forma y lo simplones que son nuestros restaurantes. Es cierto que los chilenos somos más bien sobrios y hasta un poco aburridos en el manejo de los colores, por ejemplo, en comparación con otros países latinoamericanos. Nos hace falta ver más allá de la Cordillera de los Andes y exponernos a otros países, sacándonos esa intolerancia a lo distinto tan chilena.
Más que publicidad –que se necesita y bien afincada en una estrategia de marca país–, creo que lo esencial para construir una imagen o marca país es que los propios chilenos nos sintamos orgullosos y enamorados de nuestro país. Recuerdo con tristeza cómo hace cuatro años, en muchos estudios los santiaguinos se sentían mucho menos satisfechos que los habitantes de otras ciudades latinoamericanas con la calidad de vida de la capital de Chile, cuando objetivamente, según diversos indicadores, era la mejor urbe para vivir en la región.
 
LA FORMACIÓN COMO PROYECTO DE PAÍS
 
Unos amigos me contaron que cuando recién se abrió uno de los primeros casinos de juego cerca de Santiago, inicialmente contrataron personas de las zonas rurales aledañas. Resultado: muchas fueron engañadas en las mesas de juego por sus limitaciones educativas, y como conclusión, las reemplazaron por argentinos.
Esto demuestra que todavía hay mucho qué hacer en educación, pero también en la formación, algo que debe ser permanente. Educación, y sobre todo formación, supone mucho más que años de escolaridad, y tiene que ver con la sustentabilidad humana de nuestro sistema socioeconómico. Pregunto: ¿tendrá esto algo que ver con los saqueos que vimos por televisión cuando algunas ciudades estaban sumidas en el caos de la destrucción causada por el terremoto?
Chile tiene una excelente reputación y su imagen es envidiable. Ser chileno es un plus en muchos lugares. Chile es garantía de seriedad, confianza, de hacer bien las cosas. Por cierto, soy de los que piensa que se requiere de una estrategia y un plan integral de marketing y comunicación global para difundir estos atributos positivos de nuestra cultura, que va mucho más allá de comida y paisajes. Es un problema de awareness y de branding; de comunicación, de comunicar más y darle contenido, que sobra, a la marca Chile.
No debemos dejarnos engañar solamente mirando a las cifras del PIB per cápita. El desarrollo es un tema integral, no solamente de dinero. Ya sabemos el origen de las últimas crisis financieras y económicas mundiales: la simple y desmedida avaricia humana, y de ahí la importancia de la sustentabilidad axiológica de la sociedad.
La mesa está puesta para el nuevo gobierno y los desafíos son claros: el empuje empresarial como motor del desarrollo de todos los chilenos; visión cultural internacional; y la formación como proyecto de país sustentable en lo humano, la base de todo desarrollo posible y futuro.
Para ver cómo nos acercamos a estas metas deberíamos considerar nuevos indicadores como el porcentaje de personas que tiene emprendimientos propios, un indicador de apertura y tolerancia cultural, y una encuesta permanente sobre probidad en todos los ámbitos sociales, entre otros.
No nos quedemos en el sensacionalismo de los medios y en lo efímero de la crítica protagonista que no aporta nada más que desesperanza. Es un gran tiempo para surgir de estas cenizas para crecer como país. ¡Viva Chile!

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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