Costumbre milenaria con significación alternadamente positiva y negativa, los tatuajes, más que signo de rebeldía, hoy son una moda. Para algunos, forma de expresión personal; para otros, un nuevo modo de ser tribales, «dime qué te tatúas y te diré quién eres». Nadie puede afirmar que un tatuaje altere lo esencial de la persona, pero no hay que perder de vista el sentido común, su significado en cada cultura bajo la lupa de los criterios sociales y su permanencia. ¿Te identificarás toda la vida con lo que te tatúas? Tras la moda viene la contramoda e incluso el negocio ¿cuánto cuesta un tatuaje y cuánto cuesta quitárselo?
Un cangrejo güero se asoma, inspecciona el territorio y se pierde entre las patas de las poltronas. Se escuchan fuertes graznidos, es una familia de cuervos que sobrevuela el área en busca de comida. El más atrevido se posa al borde de una sombrilla, espera nervioso el descuido de un bañista. De pronto, ve la oportunidad y la ciñe, extiende las alas y se lanza en caída libre por un trozo de tostada.
Una muchacha con sombrero de paja y bikini a rayas se pasea por la playa, por su pierna trepa una enredadera monocromática. Un dragón de colores ardientes amenaza con reducirlo todo a su paso, estaba a punto de escupir el infierno cuando a su lado emerge una ninfa de cabellos dorados. Todo parece detenerse. Entonces, un fénix, una libélula, una geisha, un escorpión gigante, decenas de animales, de seres mitológicos, traídos de otros mundos, de otros tiempos se congregan… son los tatuajes.
SEÑAL DE ALCURNIA O ESCLAVITUD
El término tatuaje se refiere a los dibujos que se graban sobre el cuerpo al introducir pigmentos o tintas bajo la epidermis. El tatuaje ha acompañado al hombre durante miles de años. Los más antiguos se encontraron en los restos de Ötzi, un hombre que vivió hace 5 mil 200 años. Los científicos piensan que, Ötzi y sus contemporáneos, usaban los tatuajes con fines terapéuticos: para paliar el dolor en diferentes partes del cuerpo. Un poco más adelante, también se emplearon como amuletos. Las mujeres egipcias se grababan la parte alta de los muslos y alrededor del abdomen. Según la opinión de los arqueólogos, lo hacían para buscar protección durante el embarazo y a la hora de parir.
Además, los tatuajes se utilizaron para marcar a las personas de acuerdo con el grupo social al que pertenecían y a las creencias religiosas o políticas que poseían. Los escitas y tracianos fueron dos pueblos que recurrieron a los grabados para distinguir a la nobleza. De acuerdo con el historiador y geógrafo griego Herodoto, no tenerlos era para ellos señal de haber nacido humilde. Por el contrario, entre griegos y romanos, las marcas indelebles servían para señalar a quienes pertenecían a una secta religiosa o eran esclavos o criminales. Por contradictorio que parezca, con el paso del tiempo, los soldados romanos adoptaron los tatuajes como una moda y los propagaron en todo el imperio hasta que emergió el cristianismo.
Con los años, los tatuajes se fueron sofisticando: los de Ötzi estaban formados solo por líneas, luego vinieron los puntos, las figuras geométricas, los animales, los motivos de la naturaleza y mucho más.
Con la introducción de la máquina de tatuar, hace cerca de cien años, la técnica del grabado ha variado poco. Todo comienza con el diseño de un motivo que –una vez revisado– se transfiere a la piel, se delinea el contorno con una máquina que inyecta tinta bajo la epidermis y se rellena el dibujo con diferentes pigmentos. Las agujas que se utilizan varían en forma y calibre de acuerdo con el tipo de trabajo y acabado que se busque.
Una forma de expresión personal
Con la cabeza rapada, la vista encubierta por unos lentes obscuros y una criatura alienígena que se desliza por su hombro, Joe, un torontoniano de cuarenta y ocho años, explica: «El tatuaje es una forma de expresar mi personalidad». Él se grabó su primer tatuaje a los treinta. «Siempre me habían gustado, pero no había encontrado el coraje o el apoyo para hacerme uno hasta que conocí a Alex», explica mientras levanta la mano izquierda para presumir su alianza. Sobre el tobillo derecho lleva impreso un código de barras: «Habla de mí, de quien soy yo, de mi individualidad».
La idea de un código de barras no es moderna, se remonta a unos cientos de años atrás. Los maoríes acostumbraban marcar la cara de sus guerreros. Este pueblo polinesio abría surcos sobre el rostro para rellenarlos con pigmentos de hollín. Los diseños eran únicos y contenían gran cantidad de información sobre el valeroso maorí que los lucía. Las victorias personales aumentaban el número de insignias en la cara. Como el código de barras de Joe, estos tatuajes faciales les servían a sus portadores de tarjeta de identidad.
Joe afirma que no existe un plan para tatuarse el resto del cuerpo. Sin embargo, el motivo que cuelga de su brazo y hace referencia a la exitosa película «Alien, el octavo pasajero» es un trabajo en proceso que consta de cuatro etapas, dos de las cuales ya se han concluido. Al final, el tatuaje abarcará la manga completa y aproximadamente cuarenta horas de pinchazos.
Entre los profesionales, es común la práctica de dividir en varias sesiones los grandes proyectos por dos razones: la intensidad del dolor y la necesidad de que la herida sane. Por lo general, el dolor a la hora de marcar la piel dependerá del tamaño del tatuaje, su localización y el umbral de cada persona. Las áreas del cuerpo, en donde el malestar suele ser más intenso, son la parte interna del brazo y del muslo, así como la parte superior del pie. Joe es consciente de que, pese al sufrimiento, no es sensato mezclar las sesiones de grabado con el alcohol. Al ingerir este tipo de bebidas la sangre tiende a adelgazarse y el sangrado podría ser mayor. Además, siempre se corre el riesgo de despertar con una leyenda como «Yo amo a Lola» o su equivalente del momento.
Ingrediente adictivo
«Tengo nueve tatuajes, pero en Argentina todo mundo está tatuado, poquísimos son los que no o los que sólo tienen uno», declara Leila, una chica de veintinueve años. «Cuando nació Román, pensé en grabarme su huellita, todo se quedó en una idea», agrega refiriéndose a su bebé de dos años. «Ahora me lo pienso más antes de hacerme uno nuevo porque duelen. A los diecisiete años la cosa es muy distinta».
Para muchas de las personas que se han tatuado, uno no es suficiente. Tampoco lo son dos, ni tres, ni… Según el Pew Reserch Center, entre la generación del milenio de EUA –que incluye a los jóvenes que entrarán a la edad adulta al inicio de este siglo– casi cuatro de cada diez tienen un tatuaje. Mientras que, entre los tatuados, la mitad tiene entre dos y cinco; y 18% tiene seis o más tatuajes. Para algunas personas, el límite de grabados podrían fijarlos los 1.5 a 2 metros cuadrados de piel que tiene en promedio un cuerpo adulto.
Roberto Kno, artista en un taller de tatuajes de Playa del Carmen, se refiere a la necesidad de marcarse la piel en varias ocasiones como «un estilo de vida». Por su parte, Sandra Moller, una joven suiza, habla de la adrenalina que recorre su cuerpo previo y durante una sesión de grabado. Bastante se ha discutido sobre la adicción que provocan los tatuajes. Esta puede estar relacionada con la liberación de endorfinas –popularmente conocidas como las hormonas de la alegría– causada por la dolorosa penetración en la piel.
Cuando llega el arrepentimiento
Con dos panteras a la espalda y unos ojos que compiten en intensidad con el azul turquesa del mar, Sandra Moller expone: «Mi primer tatuaje me lo hice cuando tenía diecisiete. La mayoría de mis amigos ya tenía uno». Sobre este tema, los expertos psicólogos y sociólogos explican que para los adolescentes el tatuarse es muchas veces como un rito de iniciación, una forma de adueñarse y decidir sobre el propio cuerpo.
Para Rafael, Lisa y Peter, el tatuaje que se grabaron en la adolescencia fue un acto de «rebeldía» contra sus padres y la sociedad. Lisa confiesa que a los quince años realizó varios intentos de marcarse la piel, pero ninguno con una idea o significado claros. Por su parte, Peter explica que el motivo gótico, que en un principio parecía correcto y adornaba su espalda, fue aclarado mediante un tratamiento de rayos laser y cubierto después por un dragón japonés. Explica: «No iba de acuerdo con mi actual estilo de vida». Este sentimiento no es exclusivo de Peter, lo comparte con la mayoría de las personas que se arrepienten de haberse marcado la piel.
Por experiencia, algunos tatuadores se rehúsan a grabar sobre pieles mozas. Roberto Kno explica que entre sus preceptos está el de no tatuar a «chavos de dieciocho-veinte años». Después de años en la profesión, sabe que en ocasiones «personas de treinta no tienen claro lo que quieren, mucho menos lo tienen los jóvenes».
Los tatuajes no son desechables, intentar borrarlos requiere de un tratamiento con rayos láser que puede ser muy doloroso, implica varias sesiones a un costo elevado y, al final, no existe garantía de que la piel se restaure a su condición original. En algunos casos, el área tratada puede quedar marcada por cicatrices.
Un estigma negativo
En diferentes lugares y épocas de la historia, los grabados sobre la piel han tenido una connotación negativa. Durante el siglo IV, los tatuajes o stigmata fueron prohibidos en el imperio romano. Según el emperador Constantino, desfiguraban lo creado a imagen y semejanza de Dios.
También en Japón, después de siglos de cultivar la práctica, los tatuajes fueron vedados. Desde el siglo V A.C., los japoneses recurrían a los grabados con el fin de embellecer y decorar el cuerpo. Por ley, el uso de kimonos ricamente ornamentados era de uso exclusivo de la nobleza. A los hombres de clases sociales inferiores no les quedó otra alternativa que grabarse el kimono sobre la piel. Héroes legendarios se entremezclaban con diseños florales y animales de gran simbolismo sobre un fondo de nubes o llamaradas. Eran imágenes que se extendían por debajo del cuello y cubrían cada centímetro hasta el codo y la rodilla de gran número de obreros y comerciantes. Si bien los motivos quedaban tapados por la ropa de trabajo, el gobierno japonés interpretó la costumbre como subversiva y la prohibió en 1870.
Al igual que los kimonos sobre la piel, los tatuajes de Sandra, como los de un gran número de personas, se concentran en lugares que quedan al resguardo de la ropa de trabajo. «Son sólo para mí, la oficina no es un lugar adecuado para exhibirlos», declara la chica suiza. Sandra sólo los luce cuando siente que es apropiado.
Hoy en día, el tatuaje ha cobrado gran popularidad, se ha puesto de moda. En el mundo occidental, 10% de las personas tiene algún tipo de modificación en el cuerpo. El tatuaje o el «arte en el cuerpo», como ahora se le conoce, ya no se limita a grupos específicos como marineros, pandilleros o motociclistas, es para cualquier clase social o edad. Muchas compañías alrededor del mundo han advertido esta tendencia y han reflexionado al respecto. Esto las ha llevado a revisar su política interna y manifestar de forma explícita su posición. Si bien, en México, las políticas de las compañías no se caracterizan por estar a la vanguardia, la Encuesta Nacional contra la Discriminación (2007) revela que 67% de los encuestados no contrataría a personas con tatuajes visibles.
Roberto Kno explica: «Aquí te discriminan cañón si tienes un tatuaje, te tachan de delincuente y drogadicto. Mis tías piensan que soy un caso perdido por tener tatuajes. Lo peor es que puede haber un ‘güey’ que es de lo peor y nadie piensa mal porque lo ven bien vestido y sin tatuajes». En México, 50% de los encuestados sufrieron un tipo de discriminación por exhibir sus tatuajes. «En EUA la gente es más abierta. Hace dos años trabajé por allá, me tocó tatuar a un abogado. Cuando se quitó la camisa me fui de espaldas. Estaba atiborrado de tatuajes. En comparación, yo parecía un pobre aficionado», agrega el artista.
Un tatuaje es una moda, una forma de expresión, una manera de crear una identidad propia, de ser especial y distinguirse del resto, un deseo de coleccionar bellas imágenes, arte, una forma de unirse a un grupo, de ser aceptado, de comprometerse, una protesta contra los padres, contra la sociedad… un tema polémico. Lo único indiscutible es que la vida del tatuaje es todavía joven, quedan muchos capítulos que grabar sobre la piel.
Recuadro 1
Factores de riesgo
- Infección. Existe el riesgo de contraer enfermedades serias e incurables, como la hepatitis B o C, y el SIDA. Para disminuir el riesgo, el tatuaje debe realizarse en un lugar que cumpla con las normas de higiene. Las agujas utilizadas deben ser nuevas, pre-empacadas, desechables y deben abrirse frente al cliente. Sin embargo, una aguja estéril no es suficiente, los guantes y todo el equipo de tatuar debe ser también estéril.
- Alergias. En algunos casos, los pigmentos utilizados pueden causar alergia en la piel justo después de ser tatuada, así como años más tarde, cuando el tatuaje sea expuesto al sol.
- Granulomas. Se pueden formar nudos o manifestarse una inflamación alrededor del material que el cuerpo percibe como ajeno, como son los pigmentos de los tatuajes.
- Metales pesados. En EUA, las tintas para tatuar no son reguladas por ninguna agencia gubernamental. La FDA (Food and Drug Administration) no ha aprobado ningún tipo de pigmento para que sea inyectado bajo la epidermis. Muchas de las tintas que se utilizan son de calidad industrial; indicadas como pinturas para automóviles o tintas para impresoras. Contrario a lo que se piensa, las tintas para tatuar no están hechas a base de pigmentos vegetales; pueden contener metales pesados y compuestos químicos de aluminio, titanio, cromo, plomo, antimonio, berilio, cobalto, selenio y níquel. Por ahora, no existe información suficiente para evaluar el riesgo que implica estar expuesto de manera crónica a estas tintas.
- Aficionado. Es importante elegir a un tatuador experimentado, ya que un grabado implica pinchar la segunda y tercera capas de la piel. Alguien sin suficiente experiencia podría no saber qué tanto penetrar con la aguja y lastimar algo más.
- Complicaciones con resonancias magnéticas. En algunos casos, una resonancia magnética puede producir hinchazón y sensación de quemazón en el tatuaje. Los síntomas son pasajeros.
- Donación de sangre. Cierta literatura médica indica que no es posible donar sangre después de realizarse un tatuaje. Otras posturas autorizan el procedimiento –bajo ciertas condiciones– pasado un año e incluso tres meses, siempre y cuando se demuestre la ausencia de infecciones y metales pesados.
Recuadro 2
Moda y contramoda ¿Cuántos lo lamentan?
Según un informe oficial, basado en una encuesta hecha en 2003, unos 45 millones de estadounidenses llevan tatuajes. Más de siete millones de ellos lo lamentan.
Algunos años después de que reviviera la moda del tatuaje, ha llegado la contramoda. Muchos que se hicieron tatuar buscan ahora quien les quite los tatuajes. Primero quisieron llevar en la piel, «para siempre», el nombre del novio o la novia, un símbolo rockero y contestatario, un adorno chic… Pero la vida cambia, aquel novio ya no lo es, ese adorno resulta ahora tan anticuado…
Así como la moda hizo surgir una floreciente industria, también la contramoda crea buenas oportunidades de negocio para dermatólogos y centros de belleza, que en Estados Unidos terminarán el año habiendo quitado unos cien mil tatuajes con aparatos de rayos láser. No es en realidad la «contraindustria», pues necesita a su opuesta. Es más: en buena parte una y otra se sostienen mutuamente, pues muchos se quitan tatuajes para hacer hueco a otros nuevos.
La mayoría de los que se quitan tatuajes son mujeres de entre 25 a 35 años, dice el doctor Tattoff, director ejecutivo de la cadena de establecimientos dedicados a esa actividad. Lo que no sabe es si se debe a que ellas se tatúan más o a que se arrepienten antes.
Quitarse un tatuaje es una operación larga, molesta y un tanto cara (el doctor Tattoff cobra 39 dólares por pulgada cuadrada de adorno que eliminar). Pero un equipo de científicos del Massachusetts General Hospital y de las universidades Duke y Brown tiene a punto una nueva técnica de tatuaje fácilmente reversible. El pigmento irá dentro de microcápsulas y se podrá desintegrar con rayos láser de un tipo especial. El sistema, que se comercializará después de este verano, se llama Freedom-2, en alusión a la segunda oportunidad que ofrece a quienes perdieron la libertad epidérmica con la técnica tradicional.
Una vez que, gracias a Freedom-2, los tatuajes sean de quita y pon, dice el director ejecutivo de la compañía formada para explotar el invento, se animarán a tatuarse muchos que no se atreven por la dificultad de borrarlos. Si así ocurre, las dos industrias saldrán ganando. Fuente: International Herald Tribune