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Un Palmarés justo y equilibrado

Una numerosa audiencia fue testigo de nuevas apariciones, experimentos cinematográficos, propuestas innovadoras, filmes desastrosos e incluso un escándalo en el círculo de directores. Este corresponsal se sumerge en las entrañas del Festival para ofrecer una interesante guía que, año tras año, istmo ha publicado por más de cinco décadas.
Casi todo el mundo ha estado de acuerdo en que el 64 Festival de Cannes ha sido, como en los vinos, un buen año. Las masas de participantes –críticos y profesionales– fueron especialmente numerosas y los efectos de la crisis parecen superados. El Festival busca su equilibrio entre «cine de autor» y «cine popular», y también entre las generaciones, abriéndose a nuevos nombres, sin olvidar a los «abonados» que siguen siendo más de la mitad de las obras en competición.
Cannes se enriquece por sus Festivales paralelos: «Un certain Regard», «Quincena de realizadores», «Semana de la crítica», etcétera, lo que frustra mucho al crítico que sólo puede ver una parte modesta de lo que se presenta por la simple razón de que los días siguen teniendo 24 horas.
¿El Festival ha sido excepcional? Ciertamente ha sido un buen Festival del que se sale serenamente gracias a un Palmarés justo y equilibrado, preparado por el director del Jurado, Robert De Niro, que reconocía la obra capital de Terrence Malick y que incluía buena parte de las películas que habían destacado. Desde que Tim Burton tuvo la idea de dar la Palma de Oro al tailandés Apichantpong Weerasethakal por su Tío Boome recuerda sus vidas pasadas, sudores fríos acompañan a cada anuncio de premios.
RENOVACIÓN EN MEDIAS TINTAS
Listas en mano, los recién llegados no produjeron entusiasmo si se exceptúan dos o tres películas. Los avances técnicos en el mundo de la imagen no modifican la esencia del cine, siempre será preciso tener algo que decir de valor humano universal. Esta afirmación es oportuna respecto a ciertas obras de jóvenes autores. Ni Sleeping Beauty, de la australiana Julia Leigh, sobre una forma de prostitución perversa; ni Michael, del alemán Markus Schleizer, sobre un caso de pedofilia; ambas primeras obras, abrían amplios horizontes.
Tampoco entre los recién llegados, Footnote, del israelí Joseph Cedar (premio del mejor guión), ni el veterano Takashi Miike con la nueva versión 3D de Hara-Kiri revolucionaban la competición. Y si Lynne Ramsay, nueva en la plaza, retenía la atención con We Need to Talk About Kevin, era a causa de Tilda Swinton que todo el mundo daba ganadora como la mejor actriz. Su trabajo era especialmente difícil al interpretar a una madre odiada por su hijo de la infancia a la edad adulta. Citemos también entre los nuevos, a Radu Mihaileanu, francés de origen judío, que aborda la aventura de defender la causa feminista en un medio musulmán.
Finalmente sólo tres películas destacan entre los que vinieron por primera vez a Cannes: Polisse de Maiwenn (premio del Jurado) y The Artist de Michael Hazanavicius (mejor actor por Jean Dujardin). La primera ofrecía una obra coral, rodada en un estilo documental, intensamente dramática, sobre la acción de la Brigada de protección de menores de París. Bella revancha para la directora-actriz, tratada con desprecio por ciertos cinéfilos puristas. El segundo se dio el lujo de presentar una película muda en blanco y negro, rodada en Hollywood, que es un homenaje nostálgico al cine de los años 20. Los mismos «puristas» debieron admitir la calidad del trabajo de un director y un actor, conocidos por sus éxitos populares. Hay que añadir a otro director, presente por primera vez, pero que goza ya de buena reputación, el danés Nicolas Winding Refh (premio de la mise en scène) que ha rodado en Los Angeles Drive con el excelente Ryan Gosling, un perfecto ejemplo de película de gangsters con acción, suspenso e historia de amor, que coloca a su autor en el pelotón de cabeza de las nuevas generaciones.
CUANDO LA ETIQUETA DE «AUTOR» SE DESPEGA
Llegar a Cannes no siempre es garantía de buenos resultados. Estos son desastrosos en el caso de Bertrand Bonello que en L’Apollonide vuelve a uno de sus temas predilectos: el erotismo, al evocar los recuerdos de un burdel de fin de siglo. Tema muchas veces tratado y que sólo es un pretexto para disfrazar de cultural un tema erótico, que deja de lado los problemas humanos de los personajes al servicio de una crítica fácil de la burguesía.
Algunos no han dudado en escribir que La piel que habito de Pedro Almodóvar era su peor película y han dado a Antonio Banderas el premio del peor actor. Es cierto que, anunciada como su primera incursión en el género de terror y conociendo la indudable calidad técnica de su trabajo, se pensaba que podríamos encontrar en su película algo nuevo y original.
Desgraciadamente la trama de terror es pobre; tributaria según propia confesión de Les yeux sans visage, de Georges Franju, un clásico del cine fantástico francés de los años 60, y la última parte no escapa a las obsesiones habituales del cine de Almodóvar sobre las incertidumbres sexuales.
Otro «abonado» que no supera sus propias marcas es Nanni Moretti con Habemus papam que interpreta junto a Michel Piccoli, un papa elegido pero que renuncia a su misión tras unos días de reflexión. Es evidente que Moretti no desea hacer un panfleto antirreligioso, que evoca el Cónclave con simpatía, que evita todos los temas que hubieran sido abiertamente polémicos. No anuncia tampoco la decadencia de la religión pues las masas de católicos son un elemento importante de la película. Con todo comete el error de tratar ligeramente un tema importante y no solamente religioso. Basta evocar el Pontificado de Juan Pablo II para comprender que es un error reducir el Cónclave a una serie de escenas humorísticas, aunque el principal blanco de sus ataques sea la figura del psiquiatra llamado al Vaticano, que Moretti interpreta.
El otro director italiano en competición, Paolo Sorrentino, pertenece a los tránsfugas del cine europeo partidos a rodar en América. This Must Be the Place cuenta la historia de una figura declinante de la «pop music», Cheyenne (Sean Penn), que debe dar un sentido a su vida, lo que lo conducirá a Estados Unidos para desenmascarar a un antiguo nazi que había humillado a su padre en un campo de concentración. Realizada la venganza, Cheyenne retorna a Dublín, donde habita, abandonando su estrafalaria apariencia. Una historia poco convincente que obliga a Sean Penn a interpretar una especie de sonámbulo embrutecido por el uso prolongado de la droga.
Otros autores vuelven a Cannes con obras de calidad diversa, que pueden calificarse de «curiosidades». La japonesa Naomi, siempre fiel a su estilo de privilegiar la naturaleza, cuenta en Hanezu, una historia de triángulo amoroso que casi es preciso adivinar detrás del esplendor de las imágenes. Por su parte, Alain Cavalier, que triunfó en 1986 con Thérèse, se contenta ahora con un cine «amateur-experimental» con el actor Vincent Lindon, en un juego divertido (Pater), en el que Cavalier se atribuye el papel de Presidente de la República, dejando a Lindon el de Primer Ministro. Es el típico film para cinéfilos que sólo llegará a media docena de salas.
OLVIDO IMPERDONABLE: AKI KAURISMÄKI
Preciso es consignar la ausencia del Palmarés de Le Havre, film rodado en el puerto francés por el director finlandés. De todos los cineastas presentes en Cannes fue sin duda el que despertó mayor simpatía general gracias a su inspiración humana que transforma el mundo duro que nos rodea en cuento de hadas. Aborda un tema complejo: la inmigración. Eligió al puerto de Le Havre como marco porque el muchacho venido del corazón de África arriesgando su vida, desea reunirse con su madre que trabaja en Londres. La película es la odisea de un hombre maduro, que protege al joven africano y despierta la solidaridad de sus vecinos para facilitarle su paso clandestino a Londres. Un final sorprendente acentúa el carácter de fábula humanista. «Yo siempre he preferido, dice Kaurismäki, que sea Caperucita Roja la que devora al lobo».
LARS VON TRIER, SIEMPRE SORPRENDENTE
Cannes ha tenido su escándalo: es la primera vez en 64 años que se declara «persona non grata» a un director, Lars Von Trier, que volvió al Festival aún no repuesto de su depresión. La razón: sus simpatías expresadas hacia Hitler en la rueda de prensa de Melancholia. Esa decisión no impidió que la película figurara en el Palmarés (mejor actriz, Kirsten Dunst). En vísperas del fin del mundo se nos asegura que la tierra es el único lugar del universo donde existe vida. El aniquilamiento final se espera en un magnífico castillo sueco, marco de la ceremonia de un matrimonio. La predicción es desesperada y los comportamientos incomprensibles, pero todo contado en imágenes bellísimas que justifican la admiración que produjo la película.
Entramos a las grandes recompensas del Festival: el Gran Premio, este año ex-aequo, y la Palma de Oro. Jean-Pierre y Luc Dardenne comparten el primero (Le gamin au vélo) con Nuri Bilge Ceylan (Érase una vez en Anatolia). Los dos autores son fieles a su estilo. Drama social en los Dardenne, mostrando las angustias de un muchacho de diez años que debe rendirse a una dura evidencia: su padre le abandona ante la imposibilidad de asumir la responsabilidad de su educación. El niño encuentra, después de muchas aventuras, una madre de sustitución que se encariña con él. Por su parte Nuri Bilge Ceylan nos lleva a Anatolia a participar en la reconstitución de un crimen pasional que será, sobre todo, el agudo análisis de caracteres de quienes participan en ella: un médico, un policía y un magistrado. Ninguna reserva sobre este premio que distingue dos películas mayores del Festival.
EL RECONOCIMIENTO A TERRENCE MALICK
Antes del Festival era difícil dudar que The Tree of Life obtendría la Palma de Oro. Pero después de la apagada acogida de parte de la sala ante una obra esperada con impaciencia durante más de un año, la cosa no era tan evidente. Las reticencias de algunos venían de encontrarse frente a una película profundamente religiosa, concebida, como un verdadero «oratorio» de música e imágenes en torno a una familia que vive en los Estados Unidos en los años cincuenta y que pierde a uno de sus tres hijos en la guerra de Corea (1950-1953).
La vida y la muerte se insertan aquí, a veces de forma no evidente, en imágenes que hablan de la creación del mundo, de la naturaleza y de la gracia, y también de las pasiones que agitan a una familia con elementos autobiográficos que muestran la rebelión del hijo mayor frente a un padre rigorista. Todo se da casi sin diálogos, sólo un comentario que sigue a las imágenes, con movimientos de cámara que dan toda la fluidez al relato. Se viaja en el tiempo, se visita un comienzo del más allá donde la familia se reúne en armonía. Y todo con continuas referencias bíblicas que van del alfa al omega del universo. Es cierto que The Tree of Life no se parece a nada y que Terrence Malick, incluso en Cannes, se ha escondido para evitar toda explicación. A cada espectador le toca encontrar la suya ante una obra capital que aborda todos los temas esenciales del misterio del hombre en su relación con Dios.

LA POLÍTICA: HISTORIA Y ACTUALIDAD
El genocidio de Camboya
Rithy Panh había dedicado ya una película-documento –S21, la máquina de muerte Khmer roja (2002)– a contar los horrores del genocidio perpetrado por el régimen comunista en Camboya que eliminó, entre 1975 y 1979, a cerca de dos millones de personas, un cuarto de la población del país. Ahora Panh vuelve sobre el tema, pues si S21 era un acta de acusación, ahora ha querido escuchar las razones del primer condenado por el genocidio, Kaing Guek Eav, apodado Duch. El condenado es el que habla y explica los mecanismos monstruosos del totalitarismo comunista. Sorprende que un hombre impregnado de cultura francesa, haya podido transformarse en un elemento importante de la maquinaria para eliminar a cientos de miles de personas sobre las que no había ningún tipo de acusación. Es escalofriante escuchar a Duch citar a un dirigente del partido que afirmaba: «es mejor eliminar a un inocente que correr el riesgo de dejar vivo un enemigo del pueblo».
El cine amordazado en Irán
Cannes ha seguido la misma línea de otros Festivales europeos –Venise, Berlin, etcétera– mostrando su solidaridad con dos directores condenados a 6 años de cárcel y 20 años de prohibición de rodar: Mohammad Rasoulof y Jafar Palahi. Au revoir de M Rasoulof es una película de ficción, rodada con medios escasos, pero de excelente factura cinematográfica. Cuenta la odisea de una joven abogada (Leyla Zareh), privada de trabajo, que entra en una nueva carrera de obstáculos: obtener un visado para abandonar Irán. «Es mejor sentirse extranjera en el extranjero que sentirse extranjera en su propio país», dice la protagonista, frase que resume el sentido profundo de la película.
Jafar Panahi se limita a ofrecer las notas de una jornada ordinaria. Rodado por sus amigos, consigue también pasar un mensaje de socorro al mismo tiempo que prueba que un cineasta no puede renunciar a su labor creadora, aun con medios casi inexistentes. Recordemos que los dos cineastas esperan la decisión del recurso contra sus condenas, lo que les evita de momento la cárcel.
Francia en primera línea
Gran expectación precedió el estreno en Cannes y en el resto de Francia de La Conquête de Xavier Durringer sobre un guión de Patrick Rotman. Una película política que por primera vez aborda la actualidad con personajes reales. Se trata de cómo conquistó Nicolás Sarkozy la presidencia de la República, hace cuatro años. La pregunta es obligada, ¿a favor, en contra? La realidad es una neutralidad asumida para no perder el favor de la mitad del público, aunque hoy el balance final sería favorable a Sarkozy. No hay ninguna revelación, todo es sabido, ya sea por pertenecer a la actualidad o por formar parte de las confidencias que pasan a la prensa. Se insiste, sin embargo, en dos cuestiones: los problemas matrimoniales que conducirán a la ruptura, y de los que Sarkozy es víctima, la tenacidad del hombre, verdadero animal político por la conquista del poder. El plato fuerte es el de los actores con un sobresaliente para Denis Podalydès (Sarkozy) y matrícula de honor para Bernard Le Coq que interpreta Jacques Chirac.
CINE POPULAR: LOS PIRATAS DEL CARIBE Y WOODY ALLEN
Dos películas representaron el cine popular: el nuevo episodio de Los piratas del Caribe y un film de Woody Allen, homenaje al París cultural y artístico de los años veinte.
Pirates of the Caribean: on Stranger Tides de Rob Marshall. Si vemos el lugar que ocupan en resultados de taquilla mundiales los tres primeros episodios de la saga era evidente que el productor Jerry Bruckheimer continuaría la serie. Y la continuación obliga al delicado ejercicio de hacer lo mismo, pero dando la impresión de que es algo diferente. El arranque es magnífico, con sus farsas y persecuciones plenas de invención. Se entra después en una lógica bien conocida que enfrenta a los personajes, como los que interpretan Johnny Depp y Penélope Cruz, quienes juegan siempre con la ambigüedad de sus intenciones. El episodio de las sirenas contiene uno de los mejores momentos de la película cuya acción se complica con la intervención de la marina inglesa y española. Se olvida un poco la búsqueda de la fuente de la eterna juventud cuando la historia de amor romántica, menos convincente que en los episodios anteriores, deriva hacia el cine fantástico. En cuanto al duelo, afectivo y real, entre Johnny Depp y Penélope Cruz, todo quedará sin verdadera conclusión. Seguro que habrá un quinto episodio.
Midnight in Paris de Woody Allen. Tras algunas obras menores, Woody Allen muestra una vez más la calidad cómica de su genio, además en el género fantástico al que pertenece una de sus mejores películas La rosa púrpura del Cairo. Esta vez es París el que inspira a Gil (Owen Wilson), de paso con su novia a sólo unos meses de casarse. Admirado ante la belleza de París, se pasea de noche y va a bascular, como Mia Farrow en la película citada, en otra dimensión de la realidad, la de los años veinte, que le permitirá cruzarse con escritores (Scott Fitzgerald, Hemingway, Gertrude Stein), pintores (Picasso, Dalí) o cineastas (Buñuel). Woody Allen no hace trabajo histórico sino una simple sátira fantástica en la que no falta un personaje femenino (Marion Cotillard), modelo y musa de pintores. Todo es un sueño del que será preciso despertar, pero sin olvidar que la esposa del Presidente de la República, Carla Bruni, en una breve aparición, también forma parte del sueño.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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