Recuperar la confianza de los ciudadanos¿Cuándo y por qué la política y sus actores pasaron de ser parte de la solución de los problemas a ser parte de los mismos, en el ánimo ciudadano? ¿Cómo podrá crecer y desarrollarse la vida democrática, si se generaliza la desconfianza? Recuperar prestigio y confianza es una tarea urgente en muchos países, que corresponde en parte a los políticos y en parte a sus comunicadores.
Las inminentes elecciones presidenciales en México están marcadas por un contexto de progresiva pérdida de la confianza de los ciudadanos en los políticos. El último informe publicado por Latinobarómetro (28-X-2011) señala la escasa satisfacción de los mexicanos con sus políticos. Esta desafección política, como constata Velasco Barrera, no es nueva ni exclusiva de México.1
Numerosos estudios señalan que el descrédito de la política, los políticos y los partidos políticos aumenta y se globaliza.2 La identificación con los políticos y partidos no ha parado de descender en las últimas décadas. Aumenta la abstención, disminuye la implicación ciudadana en las actividades de los partidos políticos y los ciudadanos se muestran cada vez más distantes.3 Por otro lado, los políticos son los profesionales peor valorados, según el ranking de confianza en las profesiones de 2011, presentado por GfK.4
Por ejemplo, en España, los políticos han dejado de ser percibidos como parte de la solución para pasar a ser parte del problema. Se constata esta afirmación con los datos que ofrece el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en sus Barómetros mensuales, que recogen el deterioro del concepto que los españoles tienen de la clase política. Desde octubre de 2009, los políticos, los partidos y la política se perciben como el tercer problema que existe en España y desde entonces la tendencia se ha consolidado.5
El desprestigio de la política puede traducirse en falta de implicación y participación por parte de la sociedad en las instituciones en las que, por diversas razones, no confía; y, si la vida democrática se nutre en buena medida de la participación de la sociedad en los asuntos públicos, la desafección lesiona la democracia de cualquier país. Putnam, cuyo pensamiento resulta enriquecedor sobre el descrédito mundial de la política, sostiene que «la confianza es el lubricante de la vida social».6 No es, por tanto, un tema menor el desprestigio de la política.
UN DIAGNÓSTICO PRECISO
Ante esta preocupación, desde la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, un equipo de investigadores dirigido por Esteban López-Escobar decidió analizar con detenimiento este fenómeno. Los juicios generalistas, aunque se presenten como la suma de un conjunto de críticas diversas, no tienen una utilidad excesiva. Se quería identificar los elementos singulares que empujan hacia esos juicios generales. El estudio se centró en la percepción pública que se tiene en Navarra de los políticos en su conjunto, y de la política en general, tal como se conoce, se disfruta o se padece; por tanto, no abordó la cuestión habitual en numerosas encuestas acerca del nivel de conocimiento y valoración que tienen los ciudadanos de los líderes políticos concretos.
Fruto de este trabajo ha sido la reciente publicación del libro ¿Qué pensamos en Navarra sobre los políticos?.7 Como afirmó el profesor López-Escobar en la presentación, no se pretende echar más leña al fuego de un problema social manifiesto –el desprestigio de los políticos, de la política y de los partidos políticos–, sino realizar un buen diagnóstico como paso previo para una buena terapia.
La investigación se realizó inicialmente en Navarra, como prueba piloto para extenderla a varios países, lo que permitirá hacer estudios comparativos. El cuestionario se elaboró tras un largo proceso, tras mantener reuniones con jefes de prensa de instituciones públicas y periodistas que cubren la política nacional, y tras varias sesiones de discusión con diversos grupos de ciudadanos. En el reciente Congreso Internacional de Comunicación Política celebrado el pasado marzo en la Universidad Panamericana, campus Guadalajara, se acordó aplicar el mismo método y cuestionario, bajo la dirección de Guillermo Velasco, y en Chile, coordinado por Alberto López-Hermida.
HONRADEZ, SINCERIDAD, COMPETENCIA Y COHERENCIA
Según el estudio español, los ciudadanos creen que las características más valiosas de un político son la honradez, la sinceridad, la competencia y la coherencia (ver tabla 1). Cuanto más alejado de estas cualidades perciban los ciudadanos a los políticos, peor consideración tendrán de ellos. Sin embargo, se comprueba que las motivaciones del voto son diferentes. La afinidad ideológica, una de las características menos relevantes al definir al político ideal, se convierte en el principal motivo de la elección, seguida de la honradez y la oratoria e imagen de los candidatos (ver tabla 2). Por tanto, parece que una cosa es lo que se desearía, y otra lo que se hace, o al menos lo que se piensa que se hace.
La percepción negativa hacia los políticos también se manifiesta, por ejemplo, en que a 70% de los entrevistados no les gustaría que sus hijos se dedicaran a la política o que 66.7% cree que los políticos no se preocupan de lo que piensan los ciudadanos. Los resultados demuestran que, mayoritariamente, se relaciona a los políticos con la mentira y sus equivalentes; en segundo lugar, con anteponer sus intereses y, en tercero, con la corrupción.
Datos preocupantes, pues lo que más disgusta a los ciudadanos de los políticos y la política es la corrupción, la mentira, la ineficiencia y el enfrentamiento continuo. No es extraño que la crisis de credibilidad afecte sobremanera a los partidos políticos porque se perciben en todo el mundo como las instituciones más salpicadas por la corrupción. En efecto, según el Global Corruption Barometer de 2010, 80% de los encuestados considera que los partidos son instituciones «corruptas» o «extremadamente corruptas», lo cual los convierte en las instituciones más corruptas, y una de las que más ha aumentado el porcentaje (ver tabla 3).
El panorama se agrava por la percepción pública de que los partidos políticos son además generadores de desconfianza. Por una parte, introducen la lucha partidista en las instituciones representativas de la democracia. Los encuestados piensan que «los políticos están mucho más interesados en lo que dice el partido que en lo que digan los ciudadanos» (87,2% se mostraba de acuerdo o muy de acuerdo con esta afirmación).
Por otra parte, una de sus principales líneas de acción y comunicación consiste en socavar la confianza en el adversario. 82,6% de los encuestados estaban de acuerdo o muy de acuerdo con la sentencia «sólo piensan en la descalificación recíproca». La lucha partidista genera así un círculo vicioso, que en el ataque, la descalificación, la acusación al adversario producen un bucle de continua pérdida de confianza de los representados sobre sus representantes.
EN BÚSQUEDA DE SOLUCIONES
Cabe preguntarse si una mejora en la comunicación de los políticos, los partidos y las instituciones públicas podría frenar y paliar esta tendencia de creciente desafección. Antes de abordar la respuesta, conviene aclarar que, si los ciudadanos desconfían de los políticos y los partidos, no es una simple consecuencia de las deficiencias comunicativas.
Como afirma Spaemann, «la confianza se refiere a dos contenidos: a la competencia y a las convicciones –el poder y el querer–, siendo las convicciones lo fundamental, porque la competencia tomada por sí misma siempre es ambivalente».8 Por tanto, necesitamos políticos honrados y competentes, con prevalencia de la honradez porque una actitud ética empuja a adquirir competencia y prohíbe suponer competencia allí donde no existe.
En consecuencia, no serán suficientes meras campañas de imagen, sino que se necesita una mejora efectiva de quienes se dedican a las tareas políticas. Dado que la confianza es un fenómeno fundamentalmente personal, se impone la suposición de que sólo podrá ser restablecida por individuos sobresalientes.
Los ciudadanos exigen a los políticos una conducta ejemplar. Para Javier Gomá, la razón de esa mayor exigencia también estriba en que el poder de los políticos es de carácter vicario: no lo tienen por ellos mismos, sino porque los ciudadanos se lo confían. «El ejemplo de las personas que ocupan posiciones de poder puede ser extremadamente vertebradora o desvertebradora de la sociedad, y cuando los políticos son ejemplos de un estilo de vida vulgar y no ejemplar, se produce un efecto desmoralizador sobre la sociedad», escribe Gomá.9
La mayor competencia de los políticos también radica en una adecuada preparación y conocimiento de la gestión pública. Observamos cómo las más reputadas universidades ofrecen programas de formación específica para cargos públicos, como por ejemplo, el Center for Public Leadership and Government del IESE de la Universidad de Navarra, la Harvard Kennedy School of Government, o en la Universidad Panamericana con la maestría en Gobierno y Políticas Públicas.
En definitiva, la desafección política no es un problema sólo, ni principalmente, de comunicación; los políticos deben ser fiables para inspirar confianza. Los partidos necesitan cambiar y mejorar su organización, funcionamiento, rutinas y el comportamiento de sus miembros. Sin embargo, la comunicación, como parte consustancial de la política, debe estar en el corazón de esa actualización y mejora. La comunicación forma parte de la gestión; la acción también comunica.
PASAR A LA ESCUCHA
En un momento ciertamente paradójico, donde una ciudadanía cada vez más desafecta de la política, tiene más poder de comunicación, movilización y vigilancia de los representantes políticos, se requiere un cambio de paradigma comunicativo. Se necesita una disposición de los políticos a comunicar «escuchando» las voces de la ciudadanía y donde los ciudadanos se sientan escuchados. La escucha está en el corazón de la confianza y por eso debe superarse la comunicación unidireccional y dar paso al diálogo con los públicos.
El modelo de comunicación política predominante en la actualidad es eminentemente unidireccional: los políticos y las instituciones se erigen en emisores del mensaje, sin esperar respuesta de los receptores, lo que no excluye que siempre haya algo de retroalimentación. La ciudadanía queda además difuminada en la labor comunicativa de los partidos, cuyos mensajes se centran habitualmente en dar una réplica casi inmediata y reactiva al mensaje de los adversarios. La sucesión habitual de este tipo de mensajes provoca en el público la percepción de que los partidos están continuamente peleándose entre sí, que no hablan de las preocupaciones de la gente. De este modo, la política toma forma de «campaña permanente»,10 en constante tensión electoral y repleta de mensajes cortoplacistas.
Entender la política como una pura y simple lucha por obtener y mantener el poder lleva a una dinámica perversa de continuos ataques recíprocos. Los partidos necesitan romper este círculo vicioso, demasiado centrado en el corto plazo, y recuperar la idea de servicio a la ciudadanía y bien común. La ciudadanía requiere que trabajen con una visión a largo plazo, a través de mensajes coherentes y consistentes. Coherencia entre lo que se piensa, se hace y se dice: pensar lo que se hace, decir lo que se piensa y hacer lo que se dice.
La comunicación política nunca será completamente simétrica, pero sí puede superar el esquema unidireccional y dar paso a una conversación que otorgue más voz y participación a la ciudadanía. La baja credibilidad de los políticos les obliga a replantearse su relación con los públicos y asegurar su papel en la sociedad mediante la gestión de un diálogo permanente. Esto implica concebir a los públicos como interlocutores, partícipes en un proceso comunicativo, y no como meros receptores de información.
Los políticos, partidos e instituciones deben comenzar una escucha activa de la ciudadanía, más allá de sondeos con la simple finalidad de detectar debilidades en sus adversarios y oportunidades para la obtención de sus fines cortoplacistas. Los ciudadanos se sienten alejados de la política y recelan de los políticos que sólo se acercan a ellos por interés electoral. Precisamente, el diálogo constructivo, frente a los modelos unidireccionales y auto-referenciales, premia la implicación del ciudadano. De nuevo, siguiendo a Spaemann, puede afirmarse que «dirigir significa alcanzar objetivos con la ayuda de otras personas». Lo que implica introducir innovaciones y cambios. La aceptación de estos cambios depende en tal medida de la confianza que el general Norman Schwarzkopf pudo decir en una ocasión: «El mando es una vigorosa mezcla entre estrategia y confianza. Si tienes que arreglarte sin una de las dos, renuncia a la estrategia».
Si la idea de relación se impone a la mera difusión de mensajes, el reto para los directores de comunicación es integrar este diálogo en la toma de decisiones. Es decir, cómo escuchar, filtrar e integrar la conversación en la vida de las organizaciones políticas. Gestión del public engagement o gestión del compromiso. Del diálogo al compromiso y de ahí a la creación de comunidad de valores compartidos.
En ese sentido, el avance de las tecnologías de comunicación supone un entorno más complejo, pero a la vez, brinda nuevas oportunidades para conectar con los ciudadanos. Internet es una herramienta poderosa que cambia el modo de comunicarse, de relacionarse y de consumir información. Hasta ahora, los políticos han utilizado internet y las redes sociales para saltarse el filtro de los medios, sin querer perder el control del mensaje. La confianza demanda reciprocidad. Sin duda al abrirse al debate, también en las redes sociales, se asumen ciertos riesgos; pero, siguiendo de nuevo a Spaemann: «La confianza no puede mostrarse de otra forma que no sea haciéndose vulnerable el que confía: él se entrega voluntariamente a una situación de debilidad, aunque tal vez a la larga surja de ella una situación de fuerza».11
El entorno digital requiere nuevas competencias y habilidades comunicativas, pero en el fondo supone una vuelta a la era basada, principalmente, en el contacto personal entre políticos y los electores. Internet permite minimizar las limitaciones de tiempo y distancia. Este cambio lleva a un nuevo modelo de reacercamiento a la sociedad, que pone en práctica estrategias de relación con movimientos sociales, más receptividad a demandas ciudadanas, nuevas instancias de contacto de los representantes con los electores, así como una mejor y constante rendición de cuentas de los impuestos pagados por los ciudadanos.
En suma, la disposición de los políticos a comunicar «escuchando» las voces de la ciudadanía que les reclama una reorientación podría ser una base sólida para inspirar la confianza necesaria para invertir la tendencia actual hacia un desafecto que está bien documentado.
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1 Velasco Barrera, Guillermo, El descrédito de la política y los políticos en el contexto de las sociedades democráticas modernas. Tesis doctoral. Universidad de Navarra, 2008.
2 Pharr, Susan y Putnam, Robert (eds.), Disaffected democracies, Princeton University Press, Princeton, NJ, 2000.
3 Patterson, Thomas, The Vanishing Voter: public involvement in an age of uncertainty, Alfred Knopt, New York, 2003.
4 http://www.gfk-emer.com/pdf/ranking_profesiones.pdf. Para este estudio, GfK entrevistó a un total de 19.261 personas, en veinte países: Bélgica, Brasil, Bulgaria, Colombia, República Checa, Francia, Alemania, Hungría, India, Italia, Holanda, Polonia, Portugal, Rumania, España, Suecia, Turquía, UK y EUA.
5 El CIS pregunta cuál es, a juicio del entrevistado, el principal problema que existe actualmente en España, ¿y el segundo?, ¿y el tercero? (multirrespuesta). Es una versión de la pregunta sobre the most important problem que Gallup comenzó a formular en los Estados Unidos hace ya 75 años. Cfr. CIS, Estudio nº 2.815, Barómetro de octubre de 2009, p. 3.
6 Putnam, Robert, El declive del capital social: un estudio internacional sobre las sociedades y el sentido comunitario, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2003, p. 14.
7 López-Escobar, Esteban; Lozano, Pedro; Rodríguez Virgili, Jordi y Tolsá, Antonio, ¿Qué pensamos en Navarra sobre los políticos?, Eunate, Pamplona, 2011.
8 Spaemann, Robert, «Confianza». Revista Empresa y Humanismo, 9, 2005, pp. 131-148.
9 Gomá, Javier, Ejemplaridad pública, Taurus, Madrid, 2009, pp. 9-10.
10 Blumenthal, S., The Permanent Campaign, Beacon, Boston, 1980.
11 Spaemann, Robert, «Confianza». Revista Empresa y Humanismo, 9, 2005, p. 140