Descubrir la propia vía de expresión literaria tiene un costo muy alto. Con valentía, Octavio Paz abrazó el rechazo y la dura crítica, que agigantaron su figura y encaminaron su infatigable espíritu a la búsqueda de la belleza estética y de la verdad.
Se cumplen cien años del natalicio del Nobel mexicano de Literatura, el poeta, pensador, ensayista, experto analista en política nacional e internacional y prolífico escritor, Octavio Paz.
Entre los numerosos homenajes que le han hecho reconocidos escritores, filósofos, críticos de arte e intelectuales de diversos países en México, el historiador Enrique Krauze sostenía que debemos «seguir descifrando (…) la historia mexicana con las claves que Octavio Paz nos dio» (El Universal, sección «Cultura» 28/III/2014).
Pero también pienso que sus aportaciones sirven, no sólo para interpretar el pasado, sino para mirar hacia delante; para reflexionar y aprender lecciones en el presente y prever el futuro. Paz, supo ir a contracorriente, en muchos casos con un alto costo, porque se convenció de que antes que las ideologías había que salvaguardar la libertad del ser humano ante todo.
UN SOCIALISTA DESENGAÑADO
Octavio Paz nació el 31 de marzo de 1914 en el entonces pueblo de Mixcoac, cercano a la ciudad de México. Su abuelo lo introdujo en la lectura de los clásicos de la Literatura universal, en la Historia antigua de nuestro país y en la cultura. Ante todo fue autodidacta ya que, al poco tiempo de ingresar a la universidad, la abandonó para comenzar a trabajar, a colaborar en revistas literarias y a relacionarse con intelectuales de la época.
En 1937 se casó con la escritora Elena Garro. A través de lecturas y conversaciones con amistades de ideología comunista, pronto simpatizó con el sistema marxista-leninista y sintió admiración por José Stalin, sucesor de Lenin. Decidió –junto con su esposa apoyar a la España Republicana durante la Guerra Civil (1936-1939) y se trasladaron a Madrid, como hicieron muchos intelectuales occidentales, entre ellos, George Orwell y Ernest Hemingway.
El punto de quiebre, fue cuando Adolfo Hitler de la Alemania nazi y el dirigente soviético José Stalin acordaron repartirse «como botín de guerra» el territorio de Polonia. A los pocos días Alemania la invadió y fue el detonador de la Segunda Guerra Mundial. Octavio Paz se sintió hondamente defraudado y se convenció de que Stalin era tan sólo un ambicioso dictador como Hitler y tantos otros a lo largo de la historia.
Así que decidió convertirse en «un buscador de nuevos caminos». Los intelectuales de izquierda de México y de muchos otros países, lo consideraron desde entonces –e incluso hasta nuestros días «un traidor a la causa» y cortaron su relación con él.
En su magistral libro, El ogro filantrópico (1979), Paz desmontó a detalle y con un admirable orden lógico, el serial casi inagotable de falacias y contradicciones del marxismo-leninismo. Vaticinó la autodestrucción del sistema muchos años antes de la caída del Muro de Berlín (1989).
Terminada la confrontación bélica, decide radicar en París y su amplitud de intereses lo llevan a introducirse en el corazón de los «ismos» del momento: el surrealismo de André Breton (El laberinto de la soledad está escrito bajo esa influencia), quien sostiene que el mundo de los sueños siguiendo las teorías del psiquiatra vienés, Sigmund Freud tienen particular relevancia y significado.
Breton introdujo a Freud en el arte (pintura, literatura, música, escultura…), al introducir esa voluntad de romper con lo anterior, de experimentar nuevos caminos y exaltar lo inconsciente y pasional, sobre lo racional.
Después el Nobel mexicano con su afán de conocer, se abrió también a muchas otras tendencias artísticas: dadaísmo, simbolismo, cubismo, ultraísmo, experimentalismo… que analiza y comenta en sus múltiples ensayos.
Recibió particular influencia de textos de Literatura prehispánica, de la India, de Japón y de grandes poetas como Rilke, Hölderlin, Walt Whitman, T.S. Eliot, Paul Valery… Y, por supuesto, de las figuras más sobresalientes de la Literatura mexicana y del resto de Latinoamérica, como: José Gorostiza, Rubén Darío, Ramón López Velarde, Xavier Villaurrutia, Pablo Neruda…
CONTRA TOTALITARISMOS DE CUALQUIER TENDENCIA
En 1970, el poeta publicó su ensayo, Postdata, en el que explica –entre otros temas las causas de su renuncia como Embajador de México en la India: los lamentables sucesos de Tlatelolco (1968) en los que la «dictadura perfecta» del Partido Revolucionario Institucional, –como llamaron Paz y Vargas Llosa al PRI mostró toda su fuerza militar y represiva. Y cómo cada vez que se llevaban a cabo elecciones en el país, del tipo que fuera, la maquinaria estatal «se echaba a andar», como una aplanadora y arrollaba invariablemente en los resultados electorales.
Hay que señalar que fueron años de gran confusión, porque una verdad innegable era que, por un interés expreso de Moscú, que tenía un notable poder económico y un desmedido afán expansionista, intentaba poner un pie en tierra firme del continente y, desde mediados de los años sesenta, México fue el país elegido por su privilegiada ubicación geográfica junto a los Estados Unidos. Cuba era «el país satélite» que vivía del presupuesto de Rusia y obedecía fielmente sus órdenes.
Desde la vecina isla caribeña, agentes cubanos fueron introduciendo paulatinamente a decenas de agitadores, miles de libros comunistas y abundante propaganda para distribuirla entre la población mexicana, particularmente, entre los jóvenes. Muchos universitarios que en esos años estudiaban en la UNAM, en el Instituto Politécnico Nacional y en sus bachilleratos afiliados, me han relatado cómo en las asambleas y manifestaciones existía una evidente manipulación de esos agitadores –con técnicas que sólo dominan los expertos para elaborar los pliegos petitorios, redactar los textos para publicar como desplegados en los periódicos más importantes, para declarar constantes paros, definir las rutas de las manifestaciones y, durante ellas, qué lemas gritar o qué pancartas mostrar y así hasta llegar a la huelga indefinida. Entonces, el Estado mostró todo su poder para mantener el orden y la paz social.
A más de cuatro décadas de distancia, coincidimos con meridiana claridad en que, mediante el diálogo sereno y conciliador entre las partes antagónicas, se puede llegar a un acuerdo pacífico y constructivo y, por lo tanto, la violencia y el «lenguaje de las armas» nunca pueden ni deben de ser la solución a ningún conflicto.
Este brillante intelectual mexicano impartió numerosas conferencias por todo el mundo advirtiendo sobre la amenaza permanente de las dictaduras y la necesidad de buscar sistemas políticos más civilizados, como la democracia estadounidense, francesa o de Alemania occidental o el Parlamentarismo al estilo inglés… Pero a la vez reconocía las serias deficiencias que tiene también la democracia occidental. Insistía que en este terreno no hay dogmas, sino que hay que intentar encontrar nuevas fórmulas políticas que respeten la dignidad de la persona humana porque el llamado «capitalismo salvaje» de muchos gobiernos occidentales que se dicen libres y se autoproclaman como «países modelo» son igualmente reprobables, injustos e inhumanos.
De hecho, su nominación al Nobel de Literatura en 1990 vino, sobre todo, a petición de poetas e intelectuales de otros países, con quienes trabó una gran amistad. Lo invitaban con frecuencia a dar lectura a su obra poética y ensayos literarios –como El arco y la lira (1956) en universidades de Europa y Estados Unidos. Por ello, un buen número de intelectuales mexicanos que no compartían su postura política se sorprendió cuando le fue concedido el Premio Nobel.
Sin duda, Paz nos hace meditar sobre el peligro latente que tienen todos los gobiernos: caer en la tentación totalitaria. Había sido testigo del totalitarismo fascista de la Italia de Benito Mussolini, del nacionalsocialismo de Adolfo Hitler en Alemania y algunos otros países. De las dictaduras comunistas de Europa del Este en la posguerra, controlados y dirigidos desde Moscú y la terrible «Guerra fría» entre la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) y los Estados Unidos y sus países aliados.
INSTANTES DE ETERNIDAD
¿Cuáles son los elementos constantes en la poesía de Octavio Paz? El agua, el amor y la muerte, los instantes de eternidad, el sol, la unión de los contrarios, «la Otredad»…
Escribe obras de gran sonoridad y belleza, como su célebre poema «Piedra de sol» (1957):
«Un sauce de cristal, un chopo de agua, / un alto surtidor que el viento arquea, / un árbol bien plantado mas danzante, / un caminar de río que se curva, / avanza, retrocede, da un rodeo / y llega siempre: / un caminar tranquilo / de estrella o primavera sin premura, / agua que con los párpados cerrados / mana toda la noche profecías…
En Libertad bajo palabra (1935-1957) publica este poema magistral, compuesto por cuatro tercetas, titulado «Condición de nube»:
Canta en la punta del pino / un pájaro detenido, / trémulo, sobre su trino. /
Se yergue, flecha, en la rama, / se desvanece entre alas / y en música se derrama. /
El pájaro es una astilla / que canta y se quema viva / en una nota amarilla. /
Abro los ojos: no hay nada. / Silencio sobre la rama / sobre la rama quebrada.
En esta misma obra, aborda profundas reflexiones sobre la condición de la existencia humana, persuadido de que el día menos pensado terminará su fugaz paso por la tierra. Es admirable su bello laconismo expresivo:
De una palabra a otra / Lo que digo se desvanece. / Yo sé que estoy vivo /
Entre dos paréntesis.
El artista explica que cuando la persona se encuentra frente a la belleza natural (un atardecer en la playa, un amanecer luminoso en que el sol penetra entre los bosques y la niebla…); lo mismo que cuando se detiene a contemplar la belleza de una pintura, de una escultura, de un poema… el ser humano se siente como transportado hacia un estado de felicidad y goce estético que llama «instantes de eternidad».
Le apasionan también otros temas más trascendentes: el tiempo, la muerte y Dios (al que le denomina la Otredad). Le hace reflexionar profundamente ese tiempo, que pasa sin detenerse, «que desfigura los rostros», que convierte a los edificios en ruinas. Considera que de la pugna de los elementos contrarios, por ejemplo, vida-muerte emergerá siempre una síntesis conciliadora, «la unión de los contrarios». En su época de pensador agnóstico, concebía a la muerte como un traspaso enigmático hacia el más allá.
Cuando vivió en la India como Embajador de México, intentó buscar a Dios a través del budismo pero afirma que sólo encontró «una especial vacuidad». Es decir, se supone que mediante el yoga se llega a un estado de relajación muscular y la mente se vacía de sí misma, flota y –según los seguidores de Buda se unen imaginariamente a ese misterioso cinturón de plata alrededor de la tierra. Pero el poeta comentó que allí no logró dialogar con su Creador.
En una entrevista que concedió al político y periodista Carlos Castillo Peraza, relata que cuando conoció la provincia de Goa, que comenzó a ser evangelizada desde el siglo XVI por San Francisco Javier y otros sacerdotes jesuitas, dice: «Un día (…) entré a una vieja catedral [católica]. Celebraba la misa un sacerdote portugués, en portugués. La escuché con fervor. Lloré. No sé todavía si redescubrí algo (…). Pero sentí la presencia de eso que han dado en llamar la Otredad. Mi ser ‘otro’ dentro de una cultura que no era la mía. Mi identidad histórica».
Concluía: «No soy creyente pero dialogo con esa parte de mí mismo que es más que el hombre que soy porque está abierta al infinito (…). [Y es que] hay en todos los hombres una parte abierta hacia el infinito, hacia la Otredad.1
En su libro La llama doble (1993) el poeta concluye que el amor de un hombre hacia una mujer, por más intenso que sea, siempre será efímero. En cambio, Dios posee «dos atributos divinos: la inmortalidad y la inmutabilidad». Por lo tanto, en el amor de Dios hay permanencia y eternidad.2
«Paz no soslaya, pues, comenta Rafael Jiménez Cataño la parte escatológica de la otra vida. Pienso que podemos decir con cierta confianza que su ansia de felicidad es también ansia de inmortalidad. Queremos ser felices para siempre». Y Paz confiesa que no deja de presentir que busca una redención, con un anhelo de trascendencia y de esperanza en el más allá.3
Enfrenta con valentía la realidad de la muerte y trata de reconciliar el presente con su pasado y su futuro. Con sencillez confiesa: «Voy a cumplir ochenta años. (…) A esta hora don Quijote se resigna a ser Alonso de Quijano y se dispone a poner en orden su alma».4
Quizá uno de los últimos, más bellos y profundos poemas que escribió, sea «Hermandad» en el que medita sobre su condición temporal humana y Dios:
Soy hombre: duro poco / y es enorme la noche. / Pero miro hacia arriba: / las estrellas me escriben. / Sin entender comprendo: / también soy escritura / y en ese mismo instante / alguien me deletrea.
Paz siente –en forma figurada y poética que «las estrellas le escriben», que se interrelacionan con él. Con sencillez intelectual y humildad exclama: «Sin entender: comprendo /también soy escritura». Dicho en otras palabras, el poeta experimenta un enorme alivio al persuadirse que forma parte –y muy especial de esa obra creadora y concluye: «y en ese mismo instante / alguien me deletrea».
Logra finalmente satisfacer su permanente ansiedad: la comunicación íntima de la criatura con su Creador. Es precisamente la Otredad, quien lo busca y pregunta por él y, además, lo invita a dialogar en el atardecer de sus días y a continuar con esa íntima comunicación en el inicio de la otra vida, dentro de su singular modo de relacionarse con ese Ser Trascendente.
De manera que fue un largo itinerario el que recorrió nuestro Nobel de Literatura para encontrar a Dios, para descubrir su propio camino de expresión poética y literaria y, en sus ensayos políticos, para impulsar y animar a los estudiosos e intelectuales –mediante sus luminosas y sugerentes reflexiones políticas– a trazar innovadores y creativos sistemas sociales y económicos con la finalidad de que los pueblos sean gobernados de un modo más civilizado para que en el futuro, impere una comunidad global cada vez más justa y fraterna, de acuerdo a la enorme dignidad del ser humano.
Éste fue el legado de un infatigable «buscador de caminos» y, sin duda, su figura se agiganta con el tiempo porque tuvo la valentía –a pesar de las duras críticas y rechazos que sufrió de buscar incansablemente no sólo la belleza estética sino, ante todo y prioritariamente, la verdad y de ser congruente con sus valiosos hallazgos.
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1 Castillo Peraza, Carlos. «Octavio Paz, entre la historia y Dios», revista Proyección Mundial 30 días, México, mayo de 1988. No. 5, p. 58.
2 Paz, Octavio, La llama doble, Editorial Seix Barral. México, 1993, p. 130.
3 Jiménez Cataño, Rafael. Lo desconocido es entrañable. Arte y vida en Octavio Paz, Editorial Jus. México, 2008, pp. 75-85.
4 Paz, Octavio. Itinerario, Tela de juicios, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, p. 210.