Con un agudo análisis el autor muestra cómo la educación en el mundo se quedó ligada a los sistemas de hace dos siglos y no ha sabido reconvertirse ni preparar a la población para un mundo que ha cambiado dramáticamente y anuncia mayores transformaciones.
A las 6:45 de la mañana Lena invita a Natalia a integrarse a una video-llamada con Elliot. Tres muy amigos de la primaria que quieren saludarse y comentar las novedades de su reciente paso a la secundaria. Lena se mudó en el verano a España y Elliot regresó a vivir con su padre a Estados Unidos, así que buscaron un horario adecuado para los tres. Se enlazan, ríen y comparten anécdotas. Acuerdan reanudar la conversación en la semana, pues Naty debe salir corriendo a la escuela.
En el camino se organiza con sus amigas de la secundaria para ir al cine por la tarde, a través de mensajes de texto, de voz y emoticons.1 Solicitan el permiso respectivo, se coordinan e incluso compra cada una su boleto, todas juntas. Están contentas pues la tarde anterior terminaron el proyecto de física que el profesor les asignó vía el sitio web de la escuela. En la red encontraron artículos y videos sobre el tema y se repartieron el trabajo, cada una desde su casa, enlazadas en video chat.
Ni a Natalia ni a sus amigos sorprende nada de esto. Es normal para muchos adolescentes. Pero también sabe que al llegar a la escuela deberá apagar y guardar su teléfono móvil, olvidar que es ciudadana de un mundo globalizado y mirar durante cinco horas un pizarrón… De todas las actividades que realiza en la semana, es, sin duda, la que menos estímulo ofrece.
EL MUNDO EVOLUCIONA Y… ¿LA EDUCACIÓN?
Nuestros modelos educativos llevan dos siglos casi estáticos, no hay cambios significativos. El mundo evoluciona y la educación permanece igual. Sir Ken Robinson, en el foro de RSA en 2008, advierte que hay que cambiar los paradigmas, los modelos educativos no pueden enfrentar la acelerada modernización, pues se concibieron y estructuraron para la Revolución Industrial, bajo las ideas de la ilustración.2
El mundo cambió dramáticamente en el siglo XIX. Antes, la población mundial rondaba los mil millones y más de 90% era rural. No existía educación pública, se estima que apenas 12% de la población del mundo sabía leer y escribir. El estilo de vida de una persona promedio en 1800 se parecía más al de un habitante del antiguo Egipto que al nuestro.
La educación se daba en casa, para la mayoría consistía en tradiciones, religión, labranza, cuidado de animales y rudimentos para elaborar utensilios básicos y construir viviendas. Se aprendía trabajando bajo la supervisión de los mayores. Autosuficiencia y pobreza fue la realidad para casi la totalidad de la humanidad a lo largo de la historia.
Una minoría ingresaba a un gremio bajo la tutela de algún maestro y seguía un proceso estratificado en niveles de desempeño. El maestro acogía aprendices y les proporcionaba educación religiosa, cultural y aprendían los rudimentos del arte observando y practicando. Al avanzar se convertían en oficiales y guías de nuevos aprendices. Si lograban producir su obra maestra (no un trabajo excepcional, sino una pieza que demostraba su competencia técnica), obtenían el grado de maestro y podían independizarse, poner su propio taller, acoger aprendices y desarrollarlos. Los pares determinaban si un aspirante era competente en el oficio.
La educación superior era para religiosos o pocos privilegiados que podían pagarla. Asistir a una universidad presuponía saber leer y escribir, haber leído a los clásicos y haberse formado un criterio con un tutor.
No existía un currículo para la educación universitaria, pero desde la Edad Media se establecieron dos etapas: el Trivium (del latín tres vías): aprendizaje de gramática, lógica y retórica; y después el Quadrivium (cuatro vías): aritmética, geometría, astronomía y música. En muchos casos sin «clases» estandarizadas ni horarios formales. Maestros y alumnos se reunían en seminarios, discutían sus lecturas, aventuraban sus teorías y las criticaban sus pares. La universidad otorgaba el «doctorado», el reconocimiento de la comunidad académica por ser docto (erudito, sabio) en alguna cátedra.
UTILIDAD Y EFICIENCIA: MODELO EDUCATIVO
La ilustración colocó al conocimiento y la razón en el centro de la definición del ser humano. Buscó que la educación superior no fuera elitista, tarea titánica que propició la creciente industrialización con el auge de centros fabriles y flujos migratorios hacia las ciudades. El explosivo crecimiento de las urbes exigió implementar planes de salud y educación pública.
La idea de sistemas educativos públicos nacionales, planeados y financiados por el Estado fue revolucionaria. Inspirados en los centros de producción se agrupó a los educandos por edades, se estructuraron procesos de medición y avance estandarizados y se centralizaron los planes educativos. El aula era como fábrica educativa: entraban niños analfabetas y salían adultos funcionales, listos para incorporarse a la economía, con apego a valores específicos de cultura y nación.
Los criterios, acordes al paradigma de la época, eran utilidad y eficiencia. Se diseñaron estratos pensando en la pirámide social: educación básica para que la masa poblacional aprendiera lectura y aritmética, esenciales poder leer los edictos, votar y pagar impuestos (asignaturas útiles y eficientes en su evaluación). Las artes y las humanidades se desplazaron de la educación básica, pues no se les veía una aplicación práctica o esencial a ese nivel.3
Surgió la educación intermedia como preparación y filtro para la superior. Se especializaron los currículos universitarios, enfocados ahora a las ciencias «duras» o positivas. La universidad se convirtió en fábrica de un nuevo tipo de trabajador: administrador de los centros productivos.
A principios del siglo XX, con la Segunda Revolución Industrial, la organización fabril evoluciona hacia la gran corporación. Los centros urbanos demandaban energía, productos y servicios a gran escala. El problema ya no era la producción eficiente, como en la Primera Revolución Industrial, sino la distribución. El paradigma de ese siglo fue coordinar el transporte de personas, productos, materias y energía a través de grandes extensiones.
Crece el trabajo administrativo: promoción, coordinación, logística y soporte y se nutre de universitarios surgidos del nuevo paradigma educativo. El paso del «obrero manual» al «obrero administrativo» permitió la aparición de la clase media.
LA ESTRUCTURA MODERNA SE RECORTA
En general podemos educar en tres grandes niveles: conocimientos, habilidades y virtudes. Educamos para que las personas puedan actuar y decidir, ejecutar tareas complejas y que se formen un criterio para evaluar y tomar distintos cursos de acción.
Los conocimientos son la plataforma básica para ejercer una actividad y desarrollar una habilidad. Las habilidades practicadas con esmero se convierten en hábitos y al final construyen virtudes. Por ejemplo, puedo leer y memorizar la técnica del braceo en el nado, pero no implica que sé nadar, hasta que aplico ese conocimiento en el agua y desarrollo la habilidad de nadar. Esa habilidad no me convierte en atleta, la práctica constante del deporte me ayudará a desarrollar disciplina, fortaleza y templanza, virtudes con las que la natación deja de ser un pasatiempo y me convierto en un deportista.
Los conocimientos se componen de elementos concretos y específicos (la receta de un pastel, las reglas de la ortografía o del álgebra). Las habilidades en cambio se adquieren mediante la práctica y proveen intuiciones no fáciles de hacer explícitas. Por ejemplo, una pastelera al batir la masa, de pronto «sabe» que debe agregar un poco más de harina, sin que lo diga la receta ni realice pruebas de densidad.
No ha desplegado poderes extrasensoriales, sino educado su intuición mediante la práctica constante y ha desarrollado una habilidad no transmisible de forma concreta. Finalmente, el ejercicio de mis habilidades aunadas al apego a valores me permitirá desarrollar virtudes. La virtud, como versión más elevada de la habilidad, se refiere a hacer propia una cualidad aún más abstracta que el «olfato repostero».
Durante la acelerada alfabetización poblacional del siglo XX, teóricos de la educación buscaban la mejor manera de estructurar un sistema que cubriera las necesidades básicas. Se especificaron objetivos de aprendizaje para cada etapa, pero se desecharon las virtudes, como cualidades individuales no estandarizables y de aprendizaje estrictamente personal.
Benjamín Bloom propuso una estructura muy extendida, que después revisó su alumna, Lorin Anderson. Se estratifican los objetivos en seis niveles ascendentes: recordar, entender, aplicar, analizar, evaluar y crear. Los primeros relacionados con el conocimiento y los últimos con las habilidades.
En teoría, durante los primeros años de la educación, los objetivos se centrarían en recordar, entender y aplicar; los estudiantes avanzados se ocuparían del análisis, la evaluación crítica y la propuesta de nuevos avances. Sin embargo, la presión por evaluaciones estándar y objetivas impulsó los objetivos primarios a los niveles más avanzados. Es más sencillo examinar a un alumno sobre el recordar y entender conceptos, que sobre su análisis, evaluación y creación. Toda la educación se decantó hacia la entrega de conocimientos, en detrimento de la práctica de habilidades. Las virtudes ni siquiera «aparecen en la foto».
SÓLO SE EVALÚAN MEMORIA Y COMPRENSIÓN
El proceso educativo se centró en el tiempo de aula; se entrega el conocimiento estandarizado y la reflexión y análisis se dejan para tareas en casa. Los exámenes evalúan memoria y comprensión, pero no habilidades como la evaluación o la crítica. Menos aún virtudes. Se asume que se conseguirán en el ámbito familiar y profesional, pero no se establece correlación entre conocimientos y competencias, «en teoría» los alumnos la descubrirán por sí mismos.
Estandarizar las pruebas y currícula educativa, convirtió al maestro en un divulgador intercambiable, lo que trivializa su labor e importancia. De la imagen del «maestro» como persona de altura intelectual respetable, al que aspiramos a seguir y entender, pasamos a la del «trabajador de la educación», cuya relación con la profesión es una función económica, no vocacional.
Otro fallo es la despersonalización: los ministerios educativos de corte positivista (como el mexicano) impulsan medidas estándar para hacer frente a las asociaciones sindicales de maestros y el control de la educación termina en los niveles administrativos: burócratas que mediante sellos y firmas validan la competencia profesional universitaria. Un sello determina si puedo firmar los planos de una obra arquitectónica o una receta médica, y no la experiencia o la opinión de pares expertos.
Los centros educativos contratan y despiden profesores basados en sus estándares de eficiencia o, peor, en la empatía o rechazo que muestren los alumnos. La «satisfacción del cliente» tan extendida y útil en bienes y servicios de la industria y el comercio, permeó a las universidades: ni los alumnos ni sus padres son clientes. El verdadero «cliente» del sistema educativo es la sociedad en conjunto que carece de voz y voto en los procesos académicos.
La estructura contribuye a perpetuar los vicios: los profesores, obreros intercambiables son instrumento, y el proceso se centra en la satisfacción del cliente. En palabras de Carlos Llano, despojamos a la persona de su papel en la educación y nos convertimos en esclavos de un sistema muy lento para adaptarse ahora a las transformaciones en el mundo.
RESULTADO: MAESTROS APÁTICOS Y NIÑOS ZOMBIS
En mayo de 2010, los investigadores Poh, Swenson y Picard analizaron un sistema para medir la actividad eléctrica en la piel, que permitía a su vez determinar el nivel de actividad cerebral de un paciente a lo largo de varios días. Una gráfica del estudio resultó muy polémica: el seguimiento de la actividad cerebral de un niño a lo largo de una semana. Mientras que en los periodos de estudio, juego e incluso de sueño, la actividad cerebral presenta picos de gran intensidad, en dos momentos de cada día resulta casi nula: al ver la TV y… en el salón de clases.
Por supuesto se debatió que era la gráfica de un solo niño y no un estudio sobre una población significativa. También se señaló que el bajo nivel de actividad cerebral no significa que no hay aprovechamiento, sino que operan otras funciones. Sin embargo, es relevante descubrir que el tiempo de clase se parece tanto a ver televisión. Estudios neurológicos posteriores contribuyen a esa noción y cuestionan los modelos de aprendizaje «pasivo».
Niños y jóvenes reciben cada día miles de estímulos por múltiples medios con las siguientes características: son bidireccionales (reciben y responden), activos (el usuario es parte de la experiencia conjunta), asíncronos (el conocimiento y las discusiones están disponibles en la red y en el momento que desee), y no estandarizados (es posible saltar de una experiencia a otra, incorporar temas de distintas plataformas en cualquier momento).
El sistema educativo tradicional, desde educación básica hasta posgrado, es unidireccional (del profesor al alumno), pasivo (el profesor habla, el alumno escucha), sincrónico (ocurre en el salón de clases y sólo ahí) y estandarizado (todos ven el mismo tema, de la misma forma, al mismo tiempo).
Sir Ken Robinson y otros estudiosos como Sugata Mitra, critican esas características y afirman que el aprendizaje debe participar del mundo actual. El problema entonces es determinar cómo. Para muchos representa incorporar la tecnología al aula, pero las experiencias no respaldan las buenas intenciones. Miles de escuelas han introducido computadoras y no ha habido una explosión de aprendizaje ni ha mejorado la experiencia educativa.
LAPTOP VERSUS PAPEL Y LÁPIZ
En otro estudio, la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, dio una tableta digital a todos los estudiantes, con todos los casos que estudiarían en el ciclo. Sin embargo, tras un par de años, suspendieron las tabletas pues no resultaba la relación costo-beneficio. ¿El problema?, las posibilidades del equipo electrónico distraían con facilidad a los estudiantes.
James M. Kraushaar y David C. Novak, de la Escuela de Administración de Negocios de la Universidad de Vermont, realizaron un estudio en 2010 sobre cómo el uso de laptop en el aula afecta al proceso de aprendizaje. A lo largo de un curso que involucra solucionar problemas complejos y presentaciones tipo conferencia, se midió el aprovechamiento de los estudiantes en cada sesión4 y el uso que daban a sus laptops; ellos mismos lo reportaban de forma anónima.
No sorprendió corroborar la inconveniencia de las laptops en el proceso de aprendizaje, pues distraían su atención con otras aplicaciones al menos 42% del tiempo. Lo interesante es que 100% de los alumnos subestimaba el tiempo de distracción y reportaba un uso menor al real. El aprendizaje requiere concentración, foco y un proceso interno de síntesis. Atender varias tareas a la vez resulta contraproducente.
Para averiguar más sobre las diferencias entre aprender con papel y lápiz o con una laptop, seleccionó tres grupos de su programa de MBA para el curso de análisis financiero. Dispuso que el grupo A sólo podría tomar notas a mano en papel y no utilizaría ningún dispositivo electrónico en clase. El grupo B sólo podría tomar notas utilizando laptops o equipos similares, y al grupo C, que serviría como control, se le permitió seguir su dinámica tradicional sin alteraciones.
Al terminar el curso, con profesor y contenido temático igual para los tres grupos, se aplicó un examen final. Los resultados fueron casi iguales en el promedio total, aunque en el grupo A, la dispersión de calificaciones era menor. Un año más tarde, a punto de que los participantes terminaran su programa, los citaron en un aula, sin previo aviso, y les aplicaron nuevamente un examen sobre ese mismo curso. El grupo A obtuvo el promedio más alto, con casi 2 puntos de ventaja sobre el grupo B, que obtuvo el promedio más bajo de los tres.5
Este sencillo experimento demostró una teoría previa: que al escribir en un medio digital, en particular con un teclado, el cerebro no procesa igual la información que recibe. La «deja pasar» sin filtro ni síntesis, a diferencia de cuando se toman apuntes a mano; existen varios procesos de abstracción, comprensión y síntesis entre la escucha y la elaboración de la nota a cada paso de la sesión. Los apuntes del grupo B, tomados con computadora, eran mucho más extensos y legibles que los del A, sin embargo, los estudiantes prácticamente no recordaban nada. En cambio los alumnos del primer grupo, no sólo recordaban sus apuntes, sino incluso qué ocurría en el aula cuando los tomaron.
El cerebro no es una grabadora, sino un complejo sistema de aprendizaje y de acción. Para hacerlo de modo eficiente, discrimina y categoriza la información de acuerdo con elementos del contexto. Cuando los estudiantes tomaban apuntes, sus cerebros fijaban información contextual (el chiste ocasional, la sensación de hambre, el coqueteo con compañeros, etcétera), para ayudar a fijar la síntesis de lo comprendido. Los alumnos que tecleaban, lo hacían de modo casi inconsciente sin relación con lo que vivían en el momento.
Los neuropsicólogos modernos saben que las emociones son las mejores aliadas del aprendizaje, pues fijan la información en la memoria. Cuando experimento alegría o tristeza, el cerebro recuerda todo lo relativo al momento, para ayudar a repetirlo o evitarlo. Por eso recordamos muchos elementos que estaban presentes en nuestros momentos felices o tristes. El aprendizaje es mejor cuando el entorno contribuye con emociones positivas. Sin embargo, el miedo es la emoción a evitar, ya que «apaga» los centros cognitivos superiores e impulsa a la acción sin reflexión. Evita aprender.
LA REVOLUCIÓN ACTUAL…Y LA EDUCACIÓN
En 2007 el mundo alcanzó el equilibrio entre las poblaciones urbana y rural. Hoy vive más gente en las ciudades que en el campo y sigue esa tendencia. El aumento en la calidad de vida y en los sistemas de salud, incrementó la esperanza de vida y disminuyó notablemente la mortandad infantil lo que generó un crecimiento explosivo. Tres quintas partes de la humanidad viven mejor que cualquier rey de la antigüedad, en diversidad de dieta, salud, posibilidades educativas, etcétera. Se estima en 80% el total de la población mundial alfabetizada, pero en más de la mitad de los países el índice ronda 95%.
Esto habla de un triunfo del modelo intelectual de la ilustración y de las revoluciones industriales. El modelo educativo, centralizado y estandarizado, permitió alfabetizar el mundo. Entonces, ¿debemos cambiarlo o no?
Más factores: las computadoras personales en los hogares, la aparición de internet y su acceso al público general, señalan el inicio de un cambio más dramático. Vivimos los albores de la Tercera Revolución Industrial, la generación de valor se desplaza hacia la disposición y uso de la información y es probable que enfrentemos la época de cambios más fuertes hasta ahora.
Con la Primera Revolución Industrial la fuerza humana y animal pasó a la de la máquina y al centralizar la planeación se ganó eficiencia en la producción. La Segunda Revolución sistematizó los procesos administrativos (tareas lógicas, no físicas).6 Los logros se reforzaron y extendieron a todas las áreas: buscamos ser productivos con nuestro tiempo y ocupaciones personales, buscamos eficiencia y productividad en la alimentación, el ejercicio y hasta en el entretenimiento. La educación no escapó a estos paradigmas.
Frente a la posibilidad de establecer comunicación bidireccional con el mundo, los individuos comenzamos a reclamar nuestro lugar en la sociedad y una de las formas es rechazar los estándares masificantes: es la base de la adolescencia y ahora se manifiesta en la multiplicidad de las llamadas «tribus urbanas». Todos queremos nuestro pedazo de modernidad «personalizado». La «economía de las redes sociales» (Uber, AirBnB…), representa volver al modelo individual y comunitario de la economía, ahora apoyado por la tecnología.
En pocos años experimentamos una profunda transformación de hábitos, de sectores, incluso a nivel político. Sin embargo, el sector educativo guarda un misterioso y sospechoso silencio.
¿QUÉ NOS DEPARA EL FUTURO?
Para plantear un modelo educativo que responda al futuro es necesario explorarlo. Entre las distintas propuestas, la mayoría coinciden en cinco elementos: 1) Mejora en la salud y aumento de la longevidad. 2) El paso al uso generalizado a energías limpias. 3) El mundo conectado. 4) De los productos y servicios físicos a los digitales. 5) El advenimiento de la máquina inteligente.
- Longevidad, reconvertirse cada década
En el siglo XIX, el Canciller Otto Von Bismark fijó la edad de jubilación en 65 años, porque se suponía que casi nadie llegaría a esa edad. Ahora vivimos más y mejor, pero se genera la necesidad de reconvertirnos al menos una vez en la vida. Ello implica adaptarse profesionalmente a un mundo que cambia cada pocos años. Las nuevas generaciones deberán «reaprender» a trabajar al menos cada década, la formación permanente es una exigencia. El sector educativo debe girar hacia la educación continua y la capacidad de reconvertir adultos. ¿Será capaz de reconvertirse a sí mismo?
- Energía
Es factible un cambio radical en pocos años en el aprovechamiento y almacenamiento de energías limpias y económicamente asequibles. Los grandes centros urbanos pueden transformarse, de consumidores a generadores de energía, con enormes implicaciones para el sector energético, laboral e incluso socio-político. Sustituir los combustibles fósiles puede cambiar el panorama mundial.
Surge de nuevo la necesidad de que el sector educativo pueda apoyar esa reconversión con profesionales capacitados, además de la demanda de carreras nuevas y procesos distintos.
- Mundo conectado
Significa dos avances revolucionarios en la comunicación: bidireccionalidad y asincronía. Las redes y «la nube» permiten comunicación instantánea global y todo el mundo puede ser generador, distribuidor, guía y consumidor. Cada persona produce contenido, lo trabaja, comparte lo que cree interesante y consume lo que sus redes de confianza le ofrecen. Más importante aún, toda la comunicación es asíncrona: mis contenidos (texto, audio, imagen o video), una vez en la red, permanecen accesibles para todo el mundo en cualquier momento.
Si un niño puede encontrar en internet experimentos y explicaciones a cualquier cuestión de ciencia y filosofía, presentados por multitud de personas, cabe preguntarse ¿cuál es ahora el papel del profesor? Sugata Mitra afirma que la educación no puede seguir siendo un negocio de entrega de contenidos, es indispensable la educación de criterios, con tanta opinión disponible y sin filtros claros, la gente toma por verdad casi cualquier cosa. Es más fácil asumir posturas intolerantes, y más sencillo manipular en el mundo conectado que en el anterior.
- Economía digital
Imaginemos una fábrica de automóviles con un par de impresoras en 3D. Si falla una máquina, el técnico determina qué pieza cambiar, la manda «imprimir» desde su estación de trabajo, la recoge e instala. Sustituye al inventario físico un inventario digital de archivos. Puede ser que en un futuro cercano los proveedores entreguen planos digitales en vez de «partes».
Miremos a la educación ¿qué tanto del material que ahora se utiliza puede (o debe) ser digital? ¿Pueden las sesiones vía internet –asíncronas, diseñadas y editadas como un filme comercial– reemplazar el trabajo del maestro en el aula? Pero, por otro lado, ¿qué sentido tiene enseñar cómo hacer un producto o servicio, si es inevitable su cambio en los años inmediatos? Se vuelve más y más importante que la educación provea habilidades: de creación, de reto, de adaptabilidad, antes que sólo conocimientos.
- El advenimiento de la máquina inteligente
Sin duda el avance más revolucionario y peligroso que nos depara el futuro es la máquina inteligente. Ya existen ejemplos en etapas iniciales: automóviles que se manejan solos, sistemas de recomendación de compra en sitios de internet, sistemas de reconocimiento de voz y de búsqueda contextual… La máquina inteligente, más que un robot es el siguiente escalón en la cadena productiva moderna. La industrialización automatizó las tareas físicas, la computación automatizó tareas lógicas, la máquina inteligente permitirá automatizar criterios, antes, territorio exclusivo de la inteligencia humana. No es seguir procesos secuenciales, sino adaptarse al contexto y tomar decisiones cambiantes sobre la marcha: máquinas que pueden tomar decisiones.
¿Realmente significa que la máquina inteligente puede realizar toda actividad humana que se basa en aplicar criterios y no agrega valor al generar nuevo conocimiento? Si sabemos aprender de las lecciones del pasado, la transformación social que generó la primera revolución industrial, deberíamos preocuparnos por las implicaciones del inminente cambio con la máquina inteligente.
Parafraseando a Steve Jobs en el famoso discurso en Stanford (2005): «[…] you can’t connect the dots looking forward; you can only connect them looking backwards…».7 La vida se vive hacia delante, pero se entiende al mirarla hacia atrás y así, en retrospectiva, la investigación realizada toma dimensión.