Existen textos que destilan fuerza. Este es uno. Edith Eger (Hungría, 1927) fue hecha prisionera en Auschwitz a los diecisiete años, justo antes de que sus estudios de ballet y gimnasia pudieran llevarla a competir en los Juegos Olímpicos.
El título da una idea errónea del contenido: ella no bailaba en el campo de concentración polaco; lo hizo una vez, por una orden expresa del doctor Josef Mengele, el llamado «ángel de la muerte», fue su notoria y valiente interpretación del Danubio azul, lo que salvó la vida de ella y su hermana. El título en inglés, en cambio, es notablemente acertado: «La elección. Abrazar lo posible».
No es un testimonio más de los horrores a los que podemos llegar los seres humanos. Aunque efectivamente narra una historia de sobrevivencia, la autora da un paso más y escribe –también y sobre todo– para quienes sufren y desean superar carencias y experiencias traumáticas.
En el angustioso camino hacia la sanación, Eger estudió psicología, trabajando con soldados veteranos y en servicio activo, que padecían trastorno de estrés postraumático. Más tarde obtuvo un doctorado en psicología. Actualmente pertenece a varias asociaciones internacionales en la materia; es psicóloga clínica en California; miembro del claustro académico de la Universidad de California y recorre el mundo ofreciendo entrevistas y conferencias magistrales.
El libro teje la vida de Edith con casos clínicos en que ella ha participado ayudando a otras personas en procesos de sanación. Los terribles relatos sobre el Holocausto pueden quedarse en narraciones sobre el poder de la maldad, pero Eger ha querido comunicar su propia experiencia traumática y de liberación, para señalar dos puntos fundamentales: uno, no existe una jerarquía del sufrimiento, por eso ella puede equiparar su única y trastornadora vivencia con la de otros, independientemente de cuál sea esta; y dos: en la vida nos enfrentamos siempre, y en todos los órdenes, a elegir el basar nuestra existencia entre lo que hemos perdido o nos han hecho, o bien, asumir el sufrimiento, trascender y crecer.
Entre estas conmovedoras páginas –de pérdida, amor y hallazgos–, un párrafo escrito por ella en Auschwitz, muchísimos años después de abandonarlo, resulta la síntesis perfecta de esta voz de resistencia del espíritu humano y del poder de elección en nuestras vidas: «Y al inmenso campo de muerte que acabó con mis padres y con tantos otros, al aula de horror que todavía tenía algo que enseñarme sobre cómo vivir –que fui victimizada, pero no soy una víctima; que me hirieron, pero no me destruyeron; que el alma nunca muere, que el sentido y el objetivo de la vida pueden proceder del corazón, de lo que más nos hiere–, le digo murmurando mis últimas palabras: ‘adiós’ y ‘gracias’. Gracias por la vida y por la capacidad de aceptar por fin la vida tal como es».
La bailarina de Auschwitz
Edith Eger
Planeta, 2018, 426 págs.