La crisis migratoria actual puede enfocarse desde el punto de vista de la hospitalidad y una icónica descripción de los roles del huésped y el anfitrión en la edad antigua.
En 2009 recibí la invitación por parte del ESDAI de la Universidad Panamericana para realizar una investigación sobre la antropología de la hospitalidad. Mi trabajo consistía en estudiar los fundamentos filosóficos de lo que constituye el núcleo de esa carrera, que en la actualidad se llama Administración y Hospitalidad. Con el tiempo me apasionó tanto el tema que se convirtió en mi tema de investigación doctoral.
Efectivamente, he reflexionado mucho sobre qué constituye realmente la hospitalidad y qué prácticas pueden parecer hospitalarias, pero en realidad no lo son. Me he hecho multitud de preguntas sobre si realmente se puede hablar de una «industria de la hospitalidad», o si simplemente es el turismo el ámbito en el que se mueve la industria que recibe ese nombre y la hospitalidad per se es algo más, algo intangible que radica en las personas, sobre la que no se puede construir un modelo de negocios.
Pero a raíz de la crisis migratoria actual, confieso que mis interrogantes se han multiplicado, pues a pesar de que la hospitalidad es un ideal deseable, me queda claro que un país no se puede comprometer a recibir a todos los que migran hacia su territorio. Hay tristes experiencias: entre las numerosas víctimas de violencia, maltrato, pobreza, etcétera, hay también quienes usan la posibilidad de ser recibidos en otro lugar para aprovecharse.
No pienso que se deba criminalizar al migrante, como hacen algunos, y tampoco se le debe tratar como alguien inferior. ¿Cuál es la actitud ideal? ¿Debemos recibirlos? ¿Debemos elegir a quién recibir? ¿Con qué parámetros? Extendiendo estos cuestionamientos al ámbito de la ética personal, ¿cómo debo tratar al otro, distinto a mí? ¿Su llegada representa una amenaza real, o simplemente atenta contra mi estado de confort?
LA PROTECCIÓN DE ZEUS XÉNIOS
A fin de cuentas, la migración, ya sea masiva o individual, pone de manifiesto dos cosas: que por un lado es un hecho que el hombre tiene pies y por otro, que la tierra es redonda; el hombre nació con capacidad de moverse por la tierra y los territorios actualmente delimitados son fruto de un devenir histórico, hasta cierto punto artificial.
No hay que olvidar que para los antiguos, la palabra griega para «hospitalario», es el adjetivo philóxenos, que etimológicamente significa «amante de los extraños». Vendría a ser lo opuesto al xenófobo. Y lo curioso, es que en el mundo antiguo, el extranjero tenía el derecho de ser recibido, pues estaba encomendado al dios Zeus Xénios, a Zeus-hospitalario u hospital. Así, en esa época pasaba lo contrario de lo que sucede ahora, que el extranjero es alguien que nos amenaza con su presencia, o al menos alguien de quien sospechamos malas intenciones.
Con este artículo busco compartir una serie de reflexiones sobre migración y hospitalidad a partir de la literatura. En este caso, de una de las obras fundamentales de la literatura occidental, que es la Odisea de Homero. Estoy convencida de que los clásicos son un excelente lugar desde el cual reflexionar para entender cuestiones complejas, especialmente las que tienen en el centro al hombre, que no ha cambiado tanto como a veces pensamos.
Recordemos que en la Ilíada, Homero narra los últimos días de la guerra de Troya, que había durado 10 años. En la Odisea, nos relata los periplos de uno de los héroes aqueos, Odiseo, a quien le toma otros 10 años regresar, pues es detenido por múltiples adversidades, monstruos, etcétera. en su camino hacia su isla de Ítaca, donde lo esperan su querida esposa Penélope y su hijo Telémaco. Ciertamente, Odiseo se mueve en sentido inverso del migrante, pues no sale de su casa, sino que va hacia ella. Pero el hecho de hacer un recorrido en estado de vulnerabilidad, ser detenido en distintos lugares y enfrentar distintas personas y situaciones peligrosas a lo largo del camino, sí nos ofrece elementos para analizar la cuestión de la migración y su posible relación con la hospitalidad.
En el canto IX del poema, se encuentra Odiseo en la corte de Esqueria, donde el rey Alcínoo y su esposa Arete han hecho un gran despliegue de bienes y atenciones a favor del desconocido extranjero, Ulises. Una vez que ha pasado la cena y la primera noche con los feacios, por fin inquieren la identidad del forastero, éste se identifica y comienza a narrar su historia desde el fin de la guerra de Troya hasta su llegada allí.
Después de ir a Ísmaro, saquear la ciudad de los cicones, y huir de los lotófagos, quienes daban loto a los hombres, provocando que no quisieran regresar a su hogar, Odiseo y sus compañeros se acercan a la tierra de los cíclopes, hombres soberbios, «raza sin ley» (v. 106). Estos «ni aran, ni con sus manos plantan las plantas, mas esas cosas, todas se dan no sembradas ni aradas –trigo y cebada y vides, las cuales producen vino de magnas uvas–, y la lluvia de Zeus las aumenta. Ellos no tienen ágoras para el consejo, ni leyes, mas de los altos montes las cumbres éstos habitan en cóncavas grutas, y cada uno prescribe sus leyes para hijos y esposas, y no se ocupan uno del otro» (vv. 108-115).
Pasando cerca de la isla, Odiseo y sus compañeros –nuestra caravana migrante– desembarcan y pasan la noche. Al día siguiente, cazan algunas cabras y se alimentan. Después, Odiseo propone a sus compañeros ir al encuentro de los cíclopes que habitaban esa tierra, para probar qué tipo de hombres son, «si son insolentes y unos salvajes e injustos, u hospitalarios, y tienen mente que teme a los dioses» (vv. 175-176).
HOSPITALIDAD Y CIVILIZACIÓN
Como se puede ver, Odiseo y su grupo llegan a un lugar que les parece habitable –al menos por unos días–. Se instalan y toman la comida que allí encuentran. Esto mismo sucede en los casos de migración actual: quien llega a un nuevo lugar, siembra y cosecha, o busca obtener de alguna manera lo necesario para sobrevivir.
La observación de Homero sobre la condición social de los cíclopes pone de manifiesto que la hospitalidad es señal de la sociabilidad humana. Y además, ser hospitalario caracteriza a los pueblos civilizados y piadosos («temerosos de los dioses»). «La hospitalidad, por tanto, está considerada como un signo de civilización» (Santiago, 2004).
Poner en práctica la hospitalidad muestra una actitud básica para el encuentro con el huésped –el migrante en este caso–; a saber, la apertura al otro, el reconocimiento de su otredad, que al final define la propia identidad y da paso a una relación de igual a igual: el otro es otro yo, igual y diferente a mí, a partir del cual yo me defino: «Refiriéndonos al simple sentido común […], no puede haber amistad, hospitalidad o justicia sino ahí donde, aunque sea incalculable, se tiene en cuenta la alteridad del otro, como alteridad […] infinita, absoluta, irreductible». (Derrida 1997)
Y ese otro no es un otro genérico, sino alguien concreto, con una historia y un rostro, el cual me interpela, me impele a acoger, que es el acto propio de la hospitalidad: «… la acogida del otro supone una apertura a lo infinito del otro, pero a lo infinito como otro que lo precede, por eso la acogida ‘del’ otro […] es una respuesta: el sí «al» otro responderá ya a la acogida del otro […], es decir, al sí ‘del’ otro». (Conesa, 2006)
Adentrándose en la isla, Odiseo y compañeros se introducen en la cueva, comen de los quesos que se encuentran, hacen un holocausto (cabe interpretar que comen algunos de los cabritos o corderos que había en la cueva) y esperan la llegada de Polifemo, el cíclope. Éste entra, ordeña algunas vacas y cabras, almacena la leche y al encender fuego, descubre a Odiseo y compañeros, a quienes pregunta: «¿Quiénes sois, extranjeros; de dónde bogáis por húmedas sendas? ¿De algún modo en negocios, o al garete sois vagabundos sobre el mar, cual piratas, pues ellos andan vagando, exponiendo sus vidas, a otros hombres llevando desgracia?» (vv. 252-255).
Los visitantes toman lo que encuentran, que no es suyo; comen lo que correspondía a su dueño –Polifemo– y que había sido trabajado por él. Esto justifica la desconfianza del cíclope antes los recién llegados, y de alguna manera explica la conexión mental entre el migrante y el criminal que hacen muchas personas.
Odiseo, respondiendo, explica que vienen de regreso de Troya y fueron desviados por el viento hacia allí. Después le suplica, ateniéndose a la protección de Zeus: «Mas nosotros, llegando aquí, a tus rodillas vinimos, por si hospedaje otorgabas, o de otra manera nos dabas un don, y eso es un derecho de los extranjeros» (vv. 266-268). No hay que olvidar que en la antigüedad, Zeus recibe más de una vez el epíteto «Xénios», en referencia a la protección que brindaba a extranjeros y suplicantes.
LOS ABUSOS DE «NADIE»
Lo que llama la atención es la actitud de Odiseo. Es como si exigiera a Polifemo no sólo la acogida –que ya se proporcionó a sí mismo–, sino los dones del huésped, que en la tradición homérica eran un elemento esencial de la práctica hospitalaria. Pareciera que Ulises está sacando provecho de su condición de viajero y vulnerable, para obtener bienes.
Esto se da en la actualidad cuando hay una asunción incorrecta del rol de huésped o de migrante, pues aunque hay que propugnar por la guarda de los derechos humanos, y todos los hombres deben ser tratados con dignidad, no se puede exigir –en mi opinión– un bien en concreto o algo superior a la mera actitud de apertura y respeto.
Además, Odiseo no pide hospitalidad de manera correcta. En la tradición homérica, el extranjero debía detenerse en la puerta, ejercer la súplica ‒que era una institución específica e importante en el mundo antiguo‒ y esperar la respuesta del futuro anfitrión, quien lo hacía entrar tomándolo de la mano y haciéndolo sentar en un lugar importante. Aunque menciona la súplica («a tus rodillas vinimos»), parece exigir la acogida al hacer alusión al «derecho» (thémis) de los huéspedes.
Como respuesta, Polifemo se muestra indiferente ante la mención de Zeus, y empieza a comerse, uno a uno, a los compañeros de Odiseo, hasta llegar a seis. Odiseo piensa herirlo con su espada, pero sabe que si el cíclope muriera ahí dentro, sin remover la gran piedra que cierra la entrada de la cueva, quedarían atrapados.
Polifemo convierte a sus «huéspedes» en objetos. En este caso, los usa como alimento y aprisiona a los restantes. Los viajeros no pueden hacer nada para defenderse, dado el encierro en la cueva y la superioridad del cíclope en tamaño y fuerza. Este es uno de los aspectos que suceden hoy en día, y que más apelan a los derechos humanos: el aprovecharse de la vulnerabilidad del migrante para fines económicos (como la trata de personas) o laborales (explotación), que acaba privándoles de la libertad básica, aumentando su situación de miseria. No hay que olvidar que: «… la relación con el otro es fundamentalmente una relación ética donde entran en juego derechos y deberes. El otro no es un objeto ni una cosa, sino esencialmente un rostro, un ser humano que requiere ser tratado con dignidad. La experiencia del otro es, pues, también la experiencia de su dignidad, e indica un límite en la relación con el mundo. El otro no puede ser tratado de cualquier modo, sino siempre y en cualquier circunstancia como un fin en sí mismo, como alguien dotado de un valor infinito. El otro es, en este sentido, una llamada a la responsabilidad, un límite a la libertad personal o, para decirlo de un modo más claro, una interpelación a la auténtica libertad». (Torralba, 2003)
Continuando con la historia, Polifemo pregunta su nombre a Odiseo, para supuestamente otorgarle los dones del huésped. Odiseo dice llamarse «Nadie» y el cíclope dice que su regalo será comerse a «Nadie» al final.
Para escapar, Ulises idea la forma en que el mismo Polifemo quite la piedra, y ellos puedan salir: emborrachar a Polifemo para poder cegarlo, clavándole una estaca en su único ojo. Cuando lo hacen y el cíclope grita de dolor, los otros cíclopes acuden a su llamada y le preguntan quién le está haciendo daño. Al responder que «Nadie» le hace daño, lo dejan solo.
No se puede acoger si no se reconoce el ser personal del otro, si se le considera «nadie». Hacerlo, deriva en la objetivación del huésped. Además, el reconocimiento de la identidad es necesario para ambos, anfitrión y huésped, tanto a nivel personal como cultural. No puede haber acoplamiento a otra cultura de manera libre y pacífica, si no se conocen primero las propias costumbres y tradiciones, y se toma la decisión de abrirse a otras nuevas. Tampoco puede alguien adaptarse a la cultura de los que llegan a la propia tierra, si no se tienen bien asumidas las propias formas de entender el mundo.
EL RESPETO Y RECONOCIMIENTO DEL OTRO
Por tanto, la propia identidad juega un papel importante en la acogida hospitalaria, que prepara el camino para un encuentro fructífero, pues ambas personas acaban enriqueciéndose de él. La mezcla de identidades que se produce en la práctica de la hospitalidad no debe contemplarse de un modo negativo, sino todo lo contrario: «…a través del diálogo huésped y anfitrión se conforman mutuamente, pues la identidad personal es una construcción circunstancial que se edifica en el tiempo y en la interacción con los otros». (Torralba 2003)
Ciertamente, la respuesta de los otros cíclopes refleja su vivir aislados y su ser no-hospitalarios; además de su falta de lazos interpersonales, practican la indiferencia, que es una de las actitudes que impiden de raíz la hospitalidad.
Una vez que es atacado, Polifemo, lleno de ira, piensa que los invasores no tienen manera de escapar, pues él es el único que puede quitar la piedra y custodiar la entrada. Pero, el ingenioso Odiseo, idea amarrar a dos carneros, poniendo debajo de ellos a un compañero suyo, y así evitar que el cíclope, al palpar los animales, los descubriera. A la mañana siguiente, Polifemo saca a su rebaño a pastar, y es así como logran escapar de la cueva.
La historia del cíclope termina tristemente: se queda ciego y sin prisioneros. Venció Odiseo y escapa en su nave junto con los compañeros sobrevivientes y algunos más que se habían quedado en la playa esperando.
Mucho se ha hablado de la escena como un delito contra la hospitalidad y del «castigo» aplicado a Polifemo por dicho crimen. Pero en realidad, no es Zeus quien manda el castigo, pues no hay ninguna intervención suya. Más bien, se trata de una venganza de Odiseo tanto por haberse comido a sus compañeros como por no haber recibido los dones del huésped o una buena acogida.
Pero si tratamos de interpretar la forma en que concluye la escena, podríamos decir que Polifemo queda ciego porque se comportó como tal ante los visitantes: no supo verlos apropiadamente y reconocer su ser personal y actuar en consecuencia, respetándolos.
Por otro lado, es importante señalar que el comportamiento de Odiseo y compañeros tampoco fue respetuoso. Me parece que en este caso ambos, huéspedes y anfitrión, asumen incorrectamente su papel, lo cual concluye con la desgracia del cíclope. Ciertamente, no termina mal para Odiseo, quien es el protagonista de la historia y está llamado a regresar a casa, pero sí es una escena que nos deja un aprendizaje: el huésped –el migrante– no tiene derecho de invadir el espacio del anfitrión, ni de apropiarse de lo que no es suyo, con el simple argumento de encontrarse en situación vulnerable, ni hondear la bandera de la injusticia o la opresión para aprovecharse del país o cultura que lo acogen.
A su vez, el anfitrión o quien recibe a los migrantes, debe reconocer en ellos a personas iguales a él (por más disímiles que le parezcan) y promover con apertura el diálogo y la convivencia pacífica que permita una relación enriquecedora.
En suma, analizar el fenómeno migratorio en términos de hospitalidad deja claro que hay dos polos: el anfitrión (persona del país receptor o de tránsito) y el huésped (el migrante). Ambos están llamados a tener apertura al otro desconocido y diferente, y asumir de manera apropiada su rol, sin atribuirse derechos ni exigir de más. Creo que la actitud de apertura y respeto sería ya una buena base para una relación digna del ser humano que se encuentra en estado de vulnerabilidad.
Pienso que estas reflexiones se desprenden válidamente del canto IX de la Odisea, y que nos iluminan por un lado la complejidad del problema de la migración y las consecuencias de no mirar al otro como otro yo, ya sea un extranjero que llega a mi puerta, o bien, alguien con quien me encuentro en mi peregrinar migrante.