La solidaridad humana es la diana final donde debieran impactar la dignidad y el progreso de cada hombre concreto.

Trabajar para alcanzar el propio destino, forjar una identidad personal, es labor apasionante: vislumbrar la vida como aventura en la que es indispensable sonreír.

Para hacerse verdadera, la persona ha de buscar dentro de sí —por caminos de trascendencia— la voz que le es propia, suya, particularísima y, desde ella, salir al paisaje de los otros, para hacerles y hacerse compañía.

La violencia desune, rompe cualquier lazo con los otros „oellos son nuestra negación„o y mutila, desde lo más profundo, la savia por la que circula nuestro ser de hombres. Impide de tajo la posibilidad de creer que lo mejor, personal y socialmente, es posible.

¿Qué invita a un hombre a ser cada vez mejor? ¿Por qué para algunos se facilita el camino a la plenitud existencial? ¿Cuáles son las alternativas psíquicas para edificar sólidamente una vida?

La formación por el arte remite al arte de la formación. Por eso el formador de hombres es un superformador, un artista en la cumbre, un superartista, un formador de formadores. En esto reside su grandeza incomparable.

Cuando el hogar es terreno de batalla, todos pierden. Rostros y latidos de los combatientes „osin importar ganadores„o abrigan huellas de soledad y dolor.

Jugarse toda la vida a una sola carta –el rendimiento y/o los logros obtenidos en el trabajo– excede con mucho al propio trabajo.

El juego es un entrenamiento que hace al hombre un ser capaz de resolver problemas, y esto lo hace feliz; el problema a resolver es el de su propia vida: qué hacer con ella. Juego y proyecto biográfico coinciden.