Si la Navidad no existiera
Un lugar comùn: la aversión a la Navidad. ¿Motivos? Cursilería en forma de tarjetas navideñas; nieve empacada (aerosol para los ricos, bolitas de poliuretano para los pobres); arbolitos ridículos (plateados o de plástico verde para el pueblo ) o antiecológicos (pinos burgueses importados de Canadá); pastorelas de kinder dirigidas por misses oligofrénicas; villancicos gringos (Rudolf, Jingles Bells) o gachupines («Arre, arre, arre la marimorena, arre arre que hoy es Nochebuena»); guajolotes que de repente adquieren el pomposo título de pavos; centros comerciales atiborrados de compradores neurasténicos: tiburón del Golfo a precio de bacalao noruego; colaciones incomibles y tejocotes que sólo sirven para que los niños los utilicen como proyectiles en la posada; ponche con piquete («etanil, etanol, los amigos del alcohol») o mejor aún piquete sin ponche.