Cazando alas
La tentación de la postmodernidad no tiene nada que ver con manzanas. La balanza se inclina, más bien, a perseguir suspiros de ángel.
La tentación de la postmodernidad no tiene nada que ver con manzanas. La balanza se inclina, más bien, a perseguir suspiros de ángel.
Están por todos lados. En los aparadores, las camisetas y hasta los mandiles de cocina. Son majestuosos, inocentes, clásicos o modernos. Se oye hablar de ellos y hay quienes afirman que platican con ellos. Llegaron ya a los discos compactos y, por supuesto, a la boca de los famosos. Programas enteros de radio y televisión, y artículos en la prensa se avocan a debatir sobre su origen, forma, lenguaje y costumbres. Estados Unidos, el reino de lo comercializable, está lleno de ángeles.
Hesíodo habla de ellos; LaoTzu les canta; los arqueólogos encontraron en Ur (4000-2500 a.C.) una estela con sus figuras; en Mesopotamia una tumba representa a la alada Isis; en Malaria, las pecas se denominan "besos de ángel"… En todas las épocas y lugares, los ángeles parecen desplegar sus alas.
No lo vi, mis ojos son de carne. Sólo pude oír su voz lejana, como cuando una tarde fui al convento a visitar a una muchacha que se había hecho monja de clausura…
Miríadas de pájaros celestes anidan los pliegues del pensamiento. Aletea una vocación de jilgueros, de presencia alada, serena, sutil que rebosa a borbotones nuestra sed de compañía.
No nos acostumbramos todavía a que la mejor crítica puede salir de uno mismo. No se trata de ceder a los aires del tiempo y ver en los medios un mundo de podredumbre: su vitalidad es signo exterior de riqueza democrática. Es tarea urgente delimitar las fronteras y delimitar los poderes, en un momento en que la comunicación parecer erigirse como una nueva ideología.
A los publicistas les sucede lo que al herrero: en su casa azadón de palo. La nueva publicidad debe ser más libre, y eso incluye Códigos de ética que germinen desde el centro mismo de la actividad publicitaria, para evitar la acción reglamentadora del Estado.
¿Cómo es la publicidad en China? Hace apenas quince años que estos ojos orientales se abrieron a observarla.
Jugarse toda la vida a una sola carta –el rendimiento y/o los logros obtenidos en el trabajo– excede con mucho al propio trabajo.
Los antiguos despreciaban el trabajo manual, sin duda porque lo confiaban generalmente a los esclavos. Séneca escribió que la sabiduría no se abaja a dirigir la obra de las manos. Sin embargo, debiera haber pensado en los innumerables obreros que, bajo la dirección de Fidias, construyeron ese prodigio de belleza que es el Partenón. Con esa obra material dieron un testimonio más alto del espíritu que el enjambre de sofistas ociosos que merodeaban en la misma época por las calles de Atenas.
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